Desde el siglo XIX España, especialmente Andalucía, se convirtió en el destino por excelencia de numerosos escritores y artistas. La historiografía tradicional, aunque se ha centrado prioritariamente en aquellos que nos visitaron desde EE. UU o Europa, en los últimos años se han dado a conocer otros relevantes nombres originarios de Latinoamérica conformando así una visión diferente que en muchos casos se debe a las específicas relaciones con nuestro país. Desde Chile hasta México con intereses variados, la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba, o la Giralda de Sevilla no dejaron indiferentes a estos excepcionales visitantes. Viajes que continúan hoy día, aunque con otras condiciones e intereses diferentes.
En el caso de los pintores y de las pintoras, tema en el que nos vamos a centrar, el número es considerable en las últimas décadas del diecinueve y, principalmente, a lo largo del primer tercio del siglo XX; momento en el que se inaugura una nueva etapa de proyección española hacia Iberoamérica en un escenario político, económico o diplomático, donde las relaciones culturales se convirtieron en un factor clave de la política exterior.
La celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América fue el momento en el que de forma clara las repúblicas hispanoamericanas se convierten en una prioridad de las relaciones de España, intensificándose la concreción de una política americanista con la Primera Guerra Mundial por la intención de los gobernantes españoles de fortalecer las relaciones con la América hispana, aprovechando la favorable coyuntura de la no intervención de nuestro país en el conflicto.
Estas sinergias trasatlánticas se afianzarán durante la Dictadura de Primo de Rivera, poniéndose en marcha una serie de instrumentos para alcanzar los objetivos políticos, económicos y diplomáticos, deseados como la ampliación de la representación diplomática en la región o la creación de una sección específica de América en el Ministerio de Estado.
En el escenario propiamente cultural, iniciativas como la creación en 1919, con carácter anual, del “Premio de la Raza”, consistente en una medalla de oro y el título de académico correspondiente, para el autor español o hispanoamericano que presentara el mejor trabajo sobre un tema artístico; la fundación de la Junta para el fomento de las Relaciones Artísticas Hispanoamericanas (1920); las becas para la realización de estudios en España para creadores iberoamericanos, desde 1921; la posibilidad de participar en igualdad de condiciones en las Exposiciones Nacionales a partir de 1924; o la celebración de la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929), que marcará un hito en este intercambio.
Con la proclamación de la Segunda República, el 14 de abril de 1931, continuará el interés por el fomento de las relaciones con la América hispana, aunque indudablemente se produjeron algunos cambios. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil produjo una quiebra importante en las relaciones hispanoamericanas debido al posicionamiento que cada país tomó respecto al conflicto. En el plano artístico, a título personal o formando parte de las llamadas Brigadas Internacionales, fue también común la presencia de artistas.
En este marco de relaciones descritas entre España e Iberoamérica, fundamentalmente en el primer tercio del siglo XX, es cuando el viaje a España, a nivel institucional o por iniciativa particular, se convierte en una práctica determinante en las carreras de algunos y algunas artistas procedentes de Iberoamérica. Viajes que también se produjeron a la inversa, cuando artistas e intelectuales de España viajaron a Iberoamérica, tejiendo una red de relaciones de excepcional calado.
A las propias iniciativas implementadas por España, debemos unir las específicas acciones de cada nación, como una diplomacia activa en materia cultural o sus propias políticas de becas de formación que ofrecieron igualmente oportunidades e impulsaron la llegada de artistas iberoamericanos, evidentemente con las lógicas matizaciones de cada país, las cuales se mantuvieron hasta la Guerra Civil.
Sin ser un número definitivo, contabilizamos más de 300 artistas iberoamericanos llegados a nuestro país, quiénes participaron activamente en el sistema artístico español. En el caso de Argentina, se documentan a los argentinos Enrique Cenac, Tito Cittandi, María Elena Bertrand, María Elena Ramírez, Nicolás Antonio de San Luis o Enrique Larrañaga.
Ahora bien, en este contexto de idas y venidas, de intercambios y redes, el viaje a España, sin embargo, no fue siempre el destino inicial. El periplo a Europa de la mayoría de los artistas iberoamericanos tuvo como destino principal ciudades como Roma, Florencia o, sobre todo, París, “punto de confluencia para los latinoamericanos que, sin conocerse, compartían inquietudes semejantes”, como apunta Graziella Pogolotti [El aroma de las castañas asadas, 2008].
Estas estancias europeas fueron aprovechadas para llegar a España. Los motivos fueron diversos: formación artística, conocimiento de las instituciones artísticas para su implementación en América, búsqueda de refugio tras el estallido de la Gran Guerra, programa de becas o, simplemente, motivaciones lúdicas.
El primer contacto solía ser Madrid, «punto meridiano, como la más auténtica línea de intersección entre América y España, […] meridiano intelectual de Hispanoamérica» como expresaría Guillermo de la Torre (Editorial. Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica, 1927); viajando después por diferentes regiones: Asturias, Galicia, Toledo, Mallorca, Barcelona, Valencia y, cómo no, Andalucía, que se consagra como un destino imprescindible de conocimiento y fuente de material artístico, preferentemente Sevilla, Granada y Córdoba, como confirma María Luisa Bellido Gant (Relaciones artísticas y culturales España-América 1900-1960: viajes de ida y vuelta, 2011): «Andalucía fue la región que más inspiraciones forjó».
En líneas generales, configuraron un álbum de imágenes del sur de España con temas ya difundidos durante el Romanticismo, aunque desde propuestas plásticas renovadas. Por un lado, tipos, costumbres, toreros, baile, cante flamenco, romaníes, sobre todo mujeres, en escenas de grupo o retratos individualizados y estereotipados. Por otro, rincones urbanos, edificios emblemáticos, entornos de ciudades o pueblos, en los que exploraron sus posibilidades pictóricas y condiciones de luz y color dentro de las pautas del realismo y el impresionismo.
Entre los artistas argentinos, el pintor argentino Jorge Bermúdez Coffet (1883-1926) configura un caso singular. Inició su trayectoria por Europa en 1909 con una beca para estudiar en Roma y París, donde asistió a la Academia Julien y frecuentó el estudio de Anglada Camarasa. En esta primera estancia también visitó España, donde entró en contacto con Ignacio Zuloaga, que influiría considerablemente en el pintor, regresando a su país en 1913.
De nuevo en España, se establece en Granada en 1924 como cónsul de su país. Frecuentó el taller de Gabriel Morcillo, quien llegó a retratarlo, y participó activamente en el ambiente artístico-cultural de la ciudad, donde falleció por neumonía el 4 de mayo de 1926, celebrándose un importante cortejo fúnebre en su honor. Tras su muerte, el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires le realizó una muestra homenaje en la que se incluyeron telas de temática andaluza: Cabeza de gitana, La mantilla blanca, La mantilla negra o Mujer granadina.
Entre las primeras visitantes de origen argentino destaca la figura de Norah Borges, quien, junto a su familia, llegó a Europa en 1914, instalándose en Ginebra, donde inició sus estudios artísticos en la École des Beaux-Arts, que abandonó en 1918 por consejo de uno de sus maestros, Maurice Sarkissoff. Tras su traslado a Lugano en otoño de ese mismo año, entró en contacto con el grabador expresionista Arnaldo Bossi, referente esencial en sus primeras obras. Tras varios desplazamientos, a comienzos de 1919 llegarán a Barcelona y, a mediados del año, a Mallorca, instalándose en la isla hasta finales del año en curso. El itinerario seguido por la familia entre Mallorca y Andalucía presenta numerosas imprecisiones según los autores consultados, como el trabajo de Francisca Lladó Pol [El viaje como generador del gusto. La respuesta de Norah Borges a la experiencia del viaje a Mallorca, 2012] o de Mónica Vázquez Astorga [La presencia de las mujeres artistas en las tertulias de café: Norah Borges (1901-1998), 2020]. No obstante, lo importante aquí radica en las visitas que hizo a Córdoba y Granada, así como su estancia más duradera en Sevilla, de las que dejó testimonio pintado.
De la primera, Córdoba, así narraba el viaje la propia Norah en una entrevista concedida a Juan Manuel Bonet en 1992: «En Sevilla pasamos todo un invierno en el Hotel Cecil, en esa plaza tan grande y tan linda donde hay palmeras. Mi padre iba mucho al Archivo de Indias, que no estaba lejos del hotel. […] Desde Sevilla fuimos a Córdoba, que es una de las ciudades españolas que prefiero. Mi hermano se hizo amigo de un hijo de Romero de Torres. En Madrid tomé algunas lecciones con este pintor, algunos de cuyos cuadros me gustan mucho. No era muy buen profesor. Les decía muchos piropos».
En cuanto a su estancia en la ciudad nazarí conservamos una xilografía (1919) titulada Los jardines de Granada (Los jardines de la Alhambra), que se ha convertido en testimonio casi único de su visita. Aunque, mucho más interesantes son las telas conservadas Recuerdo de Cádiz (1936), San Fernando de Cádiz (1938), realizadas tras su tercera etapa en España que había comenzado en 1932, ya casada con Guillermo de la Torre, instalándose en Madrid. Mantuvo amistad con Juan Ramón Jiménez y con Federico García Lorca. Importante para la artista sería la exposición monográfica celebrada en 1934, en el entonces Museo de Arte Moderno.
Tras su salida de España, con el comienzo de la Guerra Civil, se instala en París; regresando a Buenos Aires en 1938, donde mantendrá contacto con la intelectualidad española exiliada.
Muchos años después, inició una serie de dibujos sobre España. De la misma, confesaba en 1992: “Adoro España. Mi último viaje lo realicé con Guillermo en 1968. Entonces surgió una serie de dibujos que me gustaría reunir en un álbum. En ellos aparecen Córdoba, que como ya le he dicho es una de las ciudades españolas que prefiero; Palma y sus ventanas góticas; los tejados de Santiago de Compostela; Cádiz; el Patio de los Monjes de El Escorial; Ávila -uno de mis libros predilectos es Las moradas-; y, siempre, las niñas españolas todas redondas y de ojos negros”.
Por las fechas, aunque no coinciden exactamente con el viaje que comenta, documentamos otras obras con títulos que remiten a Andalucía como El patio de los Naranjos (Córdoba), 1959, o Cádiz, realizada en el mismo año; los cuales nos remiten al recuerdo que mantuvo siempre de Andalucía.
Pensionada por la Academia de Bellas Artes de Buenos para estudiar en Europa, María Elena Ramírez llegó a España a principios de 1927 acompañada por su padre, Salvador Ramírez. Viajó a Granada, Córdoba y Sevilla, donde realizó dos retratos que fueron expuestos en la exposición individual inaugurada en el Lyceum Club Femenino de Madrid en marzo de 1927, muestra que concitó la atención de la crítica.
En febrero de 1934 se tiene constancia de la presencia de otra artista argentina, «la notable pintora» Lola de Lusarreta (1901-1982). De origen vasco y aragonés, cursó estudios en la Asociación Estímulo de Bellas Artes y egresó a la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova en 1928 como profesora de dibujo y pintura. Estudió junto a Jorge Soto Acebal, Ernesto Riccio o, en París, con André Lothé. Viajó por estudios y perfeccionamiento artístico a Brasil, Chile, Uruguay, Europa y África. Llegó a España en 1934, siendo saludada como una de las figuras jóvenes más representativas de su país.
Viajó por Andalucía, Guipúzcoa y Castilla y, tras una breve estancia en Roma, regresó a mediados de marzo para realizar una exposición de sus obras en mayo de 1934 el Círculo de Bellas Artes de Madrid, 38 acuarelas y un óleo con flores y naturalezas muertas. Además, Lusarreta ilustró el libro Andalucía: lo andaluz, lo flamenco y lo gitano, de Federico Fernández de Castillejo.
Los artistas nombrados conforman un pequeño esbozo de un proyecto mucho más amplio que, con el título de «La construcción de la imagen de Andalucía desde la mirada latinoamericana (1850-1950) (PID2021-13647NB-100)» financiado por MICIU/AEI/10.13039/501100011033 y por FEDER, UE, busca documentar y poner en valor el recorrido, el viaje y la formación de todos aquellos creadores que desde distintas latitudes latinoamericanas llegaron a España, convirtiendo Andalucía en otro itinerario alternativo y sugerente de formación y especialización artística, cuya cartografía configura un panorama amplio, con muchas cuestiones todavía por resolver, pero que, sin lugar a duda, posibilita nuevas miradas sobre las trayectorias de los artistas y las artistas tratadas, así como sobre el propio imaginario que tejieron de Andalucía a través de sus pinceles.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios