En febrero del año 2014 y a raíz de nuestro programa radial «Queridas Fotos Viejas» –se divulgó por Radio Nacional Folklórica durante doce años consecutivos– nos llamó la señora María Cristina Orzábal [1948] inquieta oyente de Capital Federal, quién declaró que había trabajado durante muchos años coloreando [o sea iluminando] fotografías de manera artesanal.
En consecuencia, e interesado en un tema poco conocido sobre aquellas técnicas pictóricas del siglo XX, aquel 16 de febrero de 2014 nos contactamos con la mencionada señora Orzábal, quién nos relató su interesante y prolongada historia laboral vinculada al color en la fotografía profesional. Su historia nos permitió ingresar a un área muy poco abordada del retrato fotográfico profesional, y aunque no logramos dar con imágenes enriquecidas por ella, ilustramos esta entrega con otros ejemplos que nos permiten referenciar épocas, técnicas y atractivos.
Dicha crónica, recién ahora sacada a la luz, se inicia con su padre Martín Orzábal quién era un hábil artista pintor, el cual trabajó por años armando técnicamente las tapas a color de la revista porteña «Secretos» [1950/1958] y, posteriormente, se volcó al coloreando profesional de fotografías al servicio de reconocidas firmas del ramo.
Con el tiempo Don Martín se independizó organizando en su propio domicilio –calle José Luis Cantilo del barrio de Villa Devoto– una pequeña empresa dedicada casi exclusivamente a colorear fotografías en la modalidad artística conocidas como «cabecitas».
Aquellas originales obras fotográficas consistían en un conjunto de retratos de niños de corta edad –desde tiernos bebés hasta simpáticos pequeños de 6 a 8 años– impresos sobre una sola hoja de papel fotográfico, normalmente en la medida de 50 x 60 cm, donde solían ubicarse entre seis y doce retratos esfumados y a veces, en el formato del cuadrante de un reloj, todos suavemente pintados.
María Cristina nació y creció en aquel ambiente pictórico-fotográfico; recuerda muy bien que a los 11 años el padre advirtiendo su gran habilidad en el manejo del color la incorporó al staff familiar, donde ya trabajaba su madre, una hermana, su primo y hasta dos empleadas.
La gran especialidad de aquella pequeña firma artística era el coloreado a mano de las famosas «cabecitas» fotográficas, término que aludía a la impresión casi exclusiva del rostro. «Siempre teníamos mucho trabajo; en el taller se realizaban un promedio de 300 trabajos por día, y yo sola coloreaba más de cien copias» –rememora.
Algunas de las más afamadas casas fotográficas de Buenos Aires eran sus clientes, como por ejemplo Annemarie Heinrich, Bixio y Cía., la firma Rosmary, Griensu, y hasta el renombrado Estudio Rodín, el cual utilizaba un discreto intermediario para ocultar que el coloreado de sus famosos retratos infantiles provenía de aquel ignoto taller. A su vez recuerda que casi todas las firmas fotográficas ubicadas sobre la porteña avenida Rivadavia acudían a su arte pictórico.
Pero en especial el taller trabajaba para una cantidad de organizaciones fotográficas que solo operaban a domicilio, sin un local de atención al público, todas ellas especializadas en la realización de las clásicas «cabecitas» de bebés/niños, una modalidad que hacia la fecha gozaba de una enorme popularidad entre madres, madrinas y abuelas. Estas tiernas imágenes eran a su vez comercializadas en lujosos marcos que realzaban la obra.
Por entonces la astuta estrategia comercial consistía en comprar información en diversos hospitales y maternidades capitalinas sobre las direcciones de aquellos flamantes padres y, entonces, hábiles vendedores visitaban cada domicilio ofreciendo este servicio fotográfico con hermosas muestras.
Viene a la memoria de María Cristina un exitoso técnico de laboratorio –quien se había iniciado muy joven en un Estudio de calle Florida y del cual se independizó– llamado Ángel Maza y cuya empresa con varios empleados realizaba centenares de cabecitas por día. Esa firma estaba ubicada por entonces en el cruce de las calles Caracas y Salvador María del Carril y con las excelentes ganancias, supo adquirir propiedades en la Argentina y Brasil.
Recuerda por supuesto a otras empresas dedicadas a la modalidad de las «cabecitas», todas ellas ubicadas en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires y que trabajan con el conocido método de la venta a domicilio; nos menciona como ejemplo a las firmas: «La Cigüeña», «Clarín», «El Principito» y «Foto Alicia», entre otras.
Básicamente se trabajaba hacia la fecha con copias fotográficas a la gelatina de plata ya previamente viradas al sepia; luego se las coloreaba al óleo, cuya marca predilecta era Alba la cual venía en pomos de distintos colores y tonos. Para trabajar mejor el óleo se utilizaba nafta previamente diluida y así se obtenía un efecto de esfumino muy delicado.
María Cristina rememora con alegría esa época –entre las décadas de 1960 a 1990– signada por un abundante trabajo, cuando se ganaba muy buen dinero. Le gustaba hacer su labor en la tranquilidad del horario nocturno mientras escuchaba sus programas de radio favoritos. Nostálgica, reconoce que los ingresos de la empresa familiar permitieron levantar nada menos que seis hipotecas sobre la casa; su padre era un artista muy bohemio y lamentablemente, algo alejado de la realidad económica.
Nos indica que en las primeras épocas también se utilizaban las anilinas que venían en pequeños libritos de color y que se diluían con agua, para luego trabajar con un pincel de precisión sobre la superficie fotográfica.
También hizo referencia a las imágenes conocidas como foto-óleos, o sea aquellos grandes retratos en vivos colores protegidos por sus vidrios en formato bombé y lujosos marcos; prometió enseñarnos un viejo ejemplar que muestra la copia fotográfica y su aplicación del óleo a pincel.
María Cristina Orzábal también se dedicó a la fotografía de tipo social, cubriendo con sus cámaras los clásicos ritos de casamientos, primeras comuniones, bautismos, etc. Utilizaba para estos trabajos un completo equipo de 35 mm con flash profesional y, para las copias, contaba en su domicilio con un laboratorio para el proceso técnico de blanco y negro.
Nos confesó con cierta tristeza que, cuando se inició el auge de la fotografía color, aquel negocio artesanal decayó definitivamente. María Cristina abandonó la fotografía profesional y actualmente se dedica con entusiasmo a la música.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios