El Jefe Cervo Bianco. Folletín en dos entregas [primera parte]

El Jefe Alce Blanco inmortalizado en el estudio fotográfico de Turner. Fotografía: Turner Studio. Gentileza: Library of Congress.



Cervo Bianco con la chaqueta de piel de ciervo y sus pantalones indígenas, así como las joyas que exhibe. Sobre su cabeza no está el tocado de plumas del jefe indígena, sino el fez fascista. Fotografía: Tullio Locchi. Gentileza Museo di Antropologia Criminale Cesare Lombroso. Turín.



Uno de los objetos que el Vaticano devolvió a las comunidades indígenas de Canadá: el kayak inuvialuit. En la imagen,  exhibido en un museo en el Vaticano. Fotografía: Gentileza Radio-Canadá.



Cubierta del libro de Renato Martinoni, Il tramonto degli dei Storia e romanzo di Cervo Bianco. Edizioni Ulivo, 2004.



Irina Podgorny

(Quilmes, Argentina, 1963).


Historiadora de la ciencia. Doctora en Ciencias Naturales (Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Investigadora Principal del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata. Profesora Invitada en universidades y otras instituciones nacionales e internacionales. Presidente de la Earth Science History Society (2019-2020), desde 2021 es miembro del Consejo de la History of Science Society (HSS), donde está a cargo de su comité de Reuniones y Congresos.


Autora de numerosos libros, este año publicó Florentino Ameghino y Hermanos. Empresa argentina de paleontología ilimitada (Edhasa, Buenos Aires, 2021) y Los Argentinos vienen de los peces. Ensayo de filogenia nacional (Beatriz Viterbo, 2021). Sus artículos se han publicado entre otras revistas en Osiris, Science in Context, Redes, Asclepio, Trabajos de Prehistoria, Journal of Spanish Cultural Studies, British Journal for the History of Science, Nuncius, Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, Museum History Journal, Journal of Global History, Revista Hispánica Moderna, etc.


Asidua colaboradora de la Revista Ñ, dirige la Colección "Historia de la ciencia" en la editorial Prohistoria de Rosario, donde en 2016 se publicó el Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina, gracias a un proyecto de divulgación científica del CONICET.


Sus publicaciones pueden consultarse: AQUÍ


Por Irina Podgorny *

7 de septiembre 1924

S.A. El Príncipe White Elk.

 

Me permito tomar la libertad de enviarle la 

presente augurando a S.A. [Su Alteza] la bienvenida en esta ciudad de Florencia.

 

Sabiendo que S.A. es tan generoso y bueno quiero con estos renglones exponerle mi triste situación.

 

Hace poco tiempo mi Mamá y yo hemos venido de la Argentina, y estamos sin casa porque son caras y no podemos encontrar. Mucho me gustaría volver otra vez a la Argentina, donde he pasado mis años de infancia y que me ha quedado un grato recuerdo de aquel país.

 

Si pudiera, mi deseo sería comprar una casita aquí, así viviría modestamente con mi Mamá y la vida sería para mí más llevadera; porque ahora yo me encuentro muy triste y desesperada, solo tengo una gran fe en Dios y solo vivo para mi querida Mamá.

 

Yo estoy enferma, mi Mamá es anciana, mi padre ha muerto, no tengo ninguno en el mundo que me pueda ayudar.

 

Si le es posible hacer algo para mi le estaré muy agradecida, tengo mucha necesidad.

Pidiéndole me disculpe esta libertad y con mis más atentos obsequios, saludo con toda mi más alta consideración.

 

Bruna Barellay

 

Esta carta escrita hace un siglo y un año, dirigida al Príncipe Alce Blanco, llamado White Elk y también Cervo Bianco, es una de las miles que se guardan en el Archivo del Museo Cesare Lombroso de la Universidad de Turín. Todas se parecen, ya sea en su forma, en sus disculpas o en sus pedidos: todas imploran dinero, ayuda, un regalo que no se pueden permitir costear con sus recursos . Todas -o casi todas- reconocen haber aprendido de la prensa que su Alteza Real, el príncipe de los indios del Canadá, es una persona buena y generosa que reparte dinero a los pobres. Por eso, se atreven a molestarlo, confesando su desesperación a ese extraño, a alguien llegado de lejos, vestido con plumas y pieles, que recorre Italia rodeado de jóvenes camisas negras, vitoreado por los niños legionarios Balilla.



Alce Blanco posa ante la cámara fotográfica con el atuendo de un pueblo nativo de Canadá. Fotografía: Gentileza Wikipedia.

 

La colección turinesa es un mapa de la pobreza europea del período entre guerras: hay misivas enviadas desde Madrid y de Leningrado, de Bulgaria, Francia, Inglaterra, Alemania. Son los vestigios dejados por las promesas de las cuales esas personas se aferraron para sobrevivir. Una colección de tristezas firmada por las viudas, los mutilados y los huérfanos, un testimonio de la enfermedad, la soledad, la muerte, los desalojos, el desamparo.

 

Este recién llegado, imaginan, quizás pueda ayudarlos: con 100 liras, comprando un cuadro al artista a punto de ser arrojado a la calle. Un pasaje de retorno al Río de la Plata. Una bicicleta, el sueño de la movilidad para aquellos que no pueden alcanzarla. Una muñeca para Liliana, quien envía su foto no con el fin de mostrar su belleza sino para dar testimonio de su infelicidad.  O instrumentos para continuar los estudios y dedicarse a la música: un piano, un violonchelo, una tuba.

 

Una beca, un subsidio

 

Las cartas  de este tipo suman 2133. Niños, adultos, ancianos, mujeres y hombres: ninguno se avergüenza de exponer la miseria en la que vive para tratar de salir de ella -aunque sea por unos días- gracias a la beneficencia de su alteza egregia.

 

El destino de estas personas se detiene en esas cartas. Muchos son fascistas convencidos o de ocasión, más de uno habrá caído apenas unos años después en la guerra, en la resistencia o peleando por el Duce, acribillados por el fuego propio o enemigo. Empobrecidos o no, todos están muertos: a fin de cuentas, la historia revuelve en los cementerios antiguos y no tanto.


Por ejemplo, del pintor Samuel Rochat, entonces desesperado, quedan algunos cuadros en Ginebra y otros se ofrecen en venta por internet. El triestino Maximiliano Franck, el inventor de un patín hidráulico, parece haberse perdido en la ignominia. Muy pocos se hicieron millonarios: como, por ejemplo, los creadores de Ty-phoo, un té cuyo reclame le envían para que lo pruebe y ayude a difundirlo. Hoy Ty-phoo, factura cifras siderales pero, por entonces, estaba tratando de imponerse como infusión medicinal en el mercado de los que no podían pagar las hebras más caras, el de los menos pudientes, esos que adoraban al Jefe White Elk y a las limosnas que este arrojaba desde las ventanas de su hotel.  Se trataba de un té hecho a partir de las fannings, los restos de las hojas usadas en producir las variedades de mejor calidad, los «orange pekoe». Un comerciante de Birmingham tuvo la idea de convertir el desecho de una bebida por entonces poco popular, en el ingrediente para fabricar té en saquitos, concentrados del descarte del lujo de las clases altas.

 

Ty-phoo, según los volantes que le llegaron a Alce Blanco, se elaboraba con los «delicados bordes de las hojas de plantas cultivadas en las montañas de Ceylán», asegurando un sabor más intenso y digerible. Para mostrar sus particularidades, adjuntaban dos imágenes tomadas bajo la lupa: una la del té común, poblado por tallos y nervaduras en forma de aguja; la otra, la de Ty-phoo, un granulado de elementos un poco más grandes que el polvo, ideal para los pacientes intolerantes a la fortaleza del té. Se adjuntaban los testimonios anónimos de los doctores, de sus esposas y de las enfermeras inglesas que lo recomendaban a los pacientes de estómago delicado, indigestión, gastritis, anemia, constipación, dispepsia.

 

Ty-phoo triunfó sin necesidad de la recomendación del Príncipe del Canadá e independientemente de la voz de los doctores: además de lograrlo entre las clases populares inglesas, este concentrado de té combinaba un precio bajo con el sabor y la posibilidad de preparar infusiones a gran escala en los comedores o en los puestos ambulantes, se impuso en las colonias de África y Asia, donde aún después de la independencia, sigue vendiéndose con gran éxito. Las cartas enviadas a Alce Blanco remiten a esa larga historia de las mentiras con las que se urden las propagandas pero también las esperanzas.

 

Allí está la carta del Sacerdote Católico Godfrey A.P.V. Winter Baumgarten, presidente del Instituto Internacional de las Invenciones, con sede en Roma, una organización para ayudar en la investigación científica y en la aplicación práctica de los descubrimientos. No pide nada, al contrario. Se presentaba como otro nativo americano residente en Italia desde 1900 y se dirigía a Alce Blanco sin tratarlo como príncipe. Quería mostrarle una colección de estatuillas representando a los jefes y los guerreros de las tribus indias de los Estados Unidos que se guardaban en Roma y, que según, el Sr. Baumgartem, merecerían darse a conocer. Quizás se tratara de las esculturas del artista alemán Ferdinand Pettrich, nacido en Dresde en 1798 y muerto en Roma en 1872, donde el Papa Pío IX, en 1858, le había comprado su «Museo Indio» a cambio de una renta vitalicia: 33 obras de estilo clasicista tardío, bajorrelieves, grandes esculturas de tamaño natural, más de 16 bustos y nueve bocetos de yeso y terracota pintada. Esta colección, expuesta en el Museo de San Juan de Letrán [Vaticano] pasó, más tarde, al Museo Etnológico Misionero de los Museos Vaticanos donde hoy se encuentran.

 

En 1924, la vicepresidencia del Instituto Internacional de las Invenciones estaba a cargo del Caballero Mario Bioglio, que se presentaba como director del Instituto del Radio de Marie Curie cuando, en realidad, este cirujano de hospital era el director técnico de la Sociedad Italiana del Radio, establecida ese mismo año, también en Roma. Bioglio era uno de los tantos que se estaba aprovechando de la popularidad de la radioactividad a partir de las investigaciones de la familia Curie. Desde la década anterior promovía el uso terapéutico del Radio desde su «Istituto Italiano per le cure del Radium e suoi derívati», con sede en Roma, para tratar distintas enfermedades aplicándolo en superficie, tomándolo en infusiones, usando agua radioactiva en baños o bebida e inhalaciones. La información sobre este Instituto es escasa pero forma parte de una moda que llevó las radiaciones a la medicina y a la industria del cosmético, donde los besos de los lápices labiales con radioactividad prometían atracciones fatales aún en la oscuridad.

 

Baumgarten, años después, haría de intermediario en otras transacciones terapéuticas y transatlánticas. En esas vueltas de la historia, su nombre se menciona en la búsqueda de una cura para Eva Perón. El 6 de junio de 1952, el Honorable Godfrey A. P. V. Winter-Baumgarten en representación de THEOPOLIS, en Roma, habiendo escuchado de los excelentes resultados de ESSIAC, le escribió a las oficina del gobierno argentino sugiriendo intentar esa vía, abandonando las radiaciones a las que era sometida siguiendo una línea terapéutica similar al del Caballero Bioglio. Pedro Ara, el embalsamador del cuerpo, da constancia de ello en su informe sobre la preparación del cadáver y de las observaciones realizadas cuando Eva todavía vivía: en ambos casos pudo constatar que la piel de los brazos y la espalda estaba quemada. El 14 de ese mismo mes, Baumgarten contactaría a Réne Caisse, la inventora canadiense del remedio, solicitando que se lo suministrara a la Sra. Evelyn Paro, de Duluth, Michigan, quien sufría de cáncer de útero y a quien debía contactar a través de un domicilio de ese estado norteamericano. El seudónimo se debía a la confidencialidad del asunto. René Caisse como Ara, insistieron, por distintos motivos, con el abandono de las radiaciones.  Pero no sirvió de nada: Eva Perón moriría el 26 de julio de ese año y, con ella, desaparecen las referencias al honorable promotor de las invenciones del mundo cuya fecha de muerte y grandes obras se pierden en el mar de la historia. 


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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