¿Es posible hacer el libro de todos los libros? ¿Puede existir un libro que describa uno a uno el contenido de la Biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges? El tema es viejo, lo han intentado tantas veces que resultan incontables, al igual que lo que se ha escrito sobre ella. Esos esfuerzos han generado una hermosa literatura, pero la realidad supera la ficción. Siquiera hacer una historia de los intentos y fracasos de construir esa biblioteca, o siquiera de hacer un libro del contenido de ella, serían tareas infinitas. Comenzó cuando Asurbanipal I hizo la primera en Nínive en el siglo VII a.C., con sus 22 mil tablillas de arcilla –y esas son las que se encontraron, lo demás fue destruido-, hasta la Biblioteca de Alejandría 19 siglos más tarde, de la que quedaron sólo recuerdos. A la luz de estas historias resulta inaudito que se lo haya intentado hacer nuevamente en los inicios del siglo XVI, cuando las imprentas ya lanzaban a la calle libro tras libro.
Para completar este derrotero, sumamos a alguien más: a Cristóbal Colón, de quien sus viajes, su vida, todo lo que hizo o dijo son más que conocidos. Pero lo que no lo ha sido de igual manera es lo hecho por uno de sus hijos, Hernando [a veces llamado Fernando, nombres intercambiables en aquel tiempo de un castellano en formación]. Hernando [1488-1539] hizo otra epopeya, no de viajero sino de amante de los libros. Luego de acompañar a los trece años a su padre en el último de sus viajes a América, realizó una multitud de tareas que hoy se siguen valorando; entre ellas, creó la monumental Biblioteca Colombina con 15.500 publicaciones –sólo cuatro libros heredó de su padre, que poco leía-, la que aún existe en Madrid. Y para ordenarla redactó catálogos, nomencladores y resúmenes de contenido, textos salidos de su mano y de las de sus ayudantes, bibliotecarios y continuadores. Una obra impactante para su tiempo –la inició en 1505-, cuando los impresos comenzaban a circular, aunque este volumen que vamos a describir no tuvo la suerte de llegar a la imprenta.
La Biblioteca estaba en su mayor parte dedicada a los tiempos y descubrimientos colombinos y ha sido estudiada e historiada pese a ser poco accesible. Pero lo que nadie imaginaba era encontrar en 2019 la gran obra perdida de Don Hernando: el Libro de los epítomes. Escrito de su puño y letra, ahora asombra a quienes se atreven a penetrar en su interminable contenido. Verlo es ingresar en el mundo de los escritos de ese momento crucial en la historia de civilización, ubicado entre la rápida expansión de la imprenta y del veloz conocimiento del planeta con los exploradores avanzando por América, África, Asia y Oceanía. Los libros resumidos [de ello se trata un epítome], muestran el asomar de un mundo nuevo en el que chocaban culturas, sociedades, formas de vida y de creencias, y las maneras de registrar esos acontecimientos por sus actores y por los autores que escribían sobre ello.
Su biblioteca había sido reunida viajando por toda Europa hasta el año 1539, trasladando cada vez a Madrid ese inmenso equipaje. Junto a los papeles reunió planos y estampas, tema fundamental en su época para poder ver e imaginar lugares del mundo; pero no quedó ni uno de ellos, sólo el recuerdo de los 3196 papeles desaparecidos porque la rapiña fue brutal, solo se salvó la mayor parte de los libros.
La vida de esa biblioteca fue triste; a la muerte de Hernando la heredó un sobrino que no se interesó y tras varios conflictos fue a parar a un convento, aunque después de diez años de problemas terminó en la Catedral de Sevilla -en la actualidad, su acceso es por una puerta lateral del Patio de los Naranjos de la iglesia Matriz de esta ciudad-, en donde sabemos que la utilizó fray Bartolomé de las Casas para su obra extraordinaria. Pero quedó semicerrada por prurito religioso a los nuevos conocimientos y descubrimientos.
Hernando fue historiador, bibliófilo, cartógrafo, creador del primer jardín botánico, explorador y viajero; mapeó e hizo una enciclopedia geográfica de España, tuvo puestos en la política local y publicó la primera biografía de su padre. Pasó años recorriendo Europa para comprar libros, planos y grabados. En ese contexto no resulta extraño el haber querido crear esa biblioteca universal. Si hubo en aquella España un hombre universal y verdadero renacentista fue Don Hernando, tan olvidado como su obra.
Ese manuscrito, ya que nunca fue impreso, estaba perdido desde antiguo y se lo conocía solamente por algunas referencias que aludían a su labor referida a una compilación resumida de todo lo escrito en la época o antes respecto a viajes y exploraciones. Pero como le ha sucedido a tantos otros documentos, fue a parar en el siglo XVII al lugar más recóndito posible: una gran biblioteca en Islandia dedicada a otros temas e idiomas. Era la colección de Arni Magnússon [1663-1730] quien juntó más de 3000 manuscritos en lenguas nórdicas y básicamente en el idioma de su isla. ¿Qué hacía allí un manuscrito sobre lo reunido en España acerca de los viajes colombinos y otras exploraciones? Imposible saberlo, pero ahí estuvo hasta que el embajador y bibliófilo Cornelius Lerche lo llevó a Ámsterdam más de un siglo después, donde nuevamente quedó archivado; esta vez en la biblioteca del Armamagnaean Institute de la Universidad de Copenhague, y en su nuevo destino también permaneció olvidado.
Escrito en latín, aunque fueron varios los idiomas de los títulos originales de cada texto, el grueso volumen nada tenía que ver con el resto de esa enorme e inclasificada colección dedicada a los idiomas de Islandia, Suecia, Dinamarca, Noruega y las islas Faroe. Entre tanta cosa tan diferente no tuvo importancia alguna hasta que en el año 2019 fue identificado por el profesor Guy Lazure de la Universidad de Windsor, Ontario, Canadá. Eso llevó a buscar personas e instituciones que financiaran su estudio y el escaneo, para darle acceso internacional a los investigadores. En 2022 comenzó ese proyecto con un equipo interdisciplinario, con base en el Departamento de Estudios Nórdicos y Lingüísticos de la Universidad de Copenhague.
El manuscrito AM 377 fol. tiene más de 2000 páginas en las cuales se resume el contenido de libros manuscritos e impresos, y de folletos, mapas y grabados, todos los que al parecer estaban en la Biblioteca Colombina. Lamentablemente, carece del comienzo, unos 100 folios; se inicia con un epítome -registro número 140- cuyo comienzo también está perdido, y concluye con el registro número 2330, con algunos faltantes en el resto del volumen. Era, de hecho, un inventario del material reunido en aquella biblioteca.
No hace falta decir que muchos de esos raros títulos, algunos de una o dos hojas, han desaparecido con los siglos, por lo que esta compilación es la única referencia a su existencia. Bajo el nombre de Libro de los epítomes, la intención no era solo enlistar cada escrito como ayuda en la catalogación sino hacer un resumen que no siempre era reducido; los hay hasta de 30 páginas. Obviamente no sólo Hernando Colón trabajó en ello, sino también otras manos -los llamados sumistas, compendiadores encargados de leer y resumir cada libro de la biblioteca- cuyos nombres se han extraviado.
La meticulosidad con que el segundo hijo de Cristóbal Colón se ocupaba de su biblioteca -la más relevante en su época- lo llevó a construir cuatro inventarios referidos a autores, materias, temas o palabras claves, y al fin, la lista de epítomes. Se estima que a la muerte de Hernando en 1539 unos diez mil libros ya habían sido catalogados, de los más de quince mil que formaban su biblioteca, y quien prosiguió en el cuidado de este conjunto, su amigo Juan Pérez, escribió un documento que se conserva en la Real Biblioteca de Madrid, titulado Memoria de las obras y libros, donde alude al libro de los epítomes, llamado «el libro grande con hojas en folio», escrito con muy buena caligrafía. Hasta el hallazgo hecho en Copenhague, se encontraba desaparecido.
Dicho manuscrito, muy ordenado por fechas y alfabéticamente, va dejando lugares en blanco debajo de algunos títulos para incluir en ese espacio las reseñas aún no escritas de textos ya obtenidos: era una obra en constante proceso de actualización. Tiene correcciones y cambios hechos a medida en que se encontraban o aparecían otras ediciones o traducciones, es decir que era actualizado de forma regular. Y por eso, quizás, en su tiempo resultaba impublicable. Esa información se cruzaba con los demás catálogos y los nomencladores, varios conservados, cotidiana tarea monumental en la biblioteca pre-digital, los que iban adaptándose a los ingresos. Cada libro que llegaba era necesario numerarlo, luego incluirlo en inventarios para lo que debían reordenar todo lo existente una y otra vez. Más, cuando eran reediciones o traducciones de títulos preexistentes, o lo que era muy común, el mismo libro con diferente título para atraer nuevos compradores: manejar una gran biblioteca en el siglo XVI no era una labor sencilla. Y después de ubicar el libro en su lugar dentro del catálogo, alguien tenía que leerlo, resumirlo, y redactar un texto para que se integre al Epítome.
Este hallazgo insospechado abre una nueva puerta para la bibliofilia de los siglos XVI y XVII. No sólo nos habla del escrito en sí mismo, sino que analiza e interpreta de forma sucinta y con la mirada de su tiempo a los autores contemporáneos. Así como el padre de Don Hernando se aventuró y ensanchó el mundo conocido desde Europa, su hijo penetró en el universo de los libros en una nueva aventura, la de conocerlos todos, poseerlos, leerlos y resumirlos, para algún día publicar su enorme manuscrito. Quizás estemos ante el último que creyó posible manejar todo el conocimiento universal, o lo que consideraba que lo era en su momento. Una utopía imposible, y así como su padre nunca supo el aporte que hizo al mundo creyendo hasta su último día que solo había ido a Oriente por otro camino, su hijo nunca pudo culminar una obra imposible, porque como bien sabemos, no tiene fin; ni siquiera lo tenía en su momento. La creación cultural es interminable porque es parte inherente al ser humano. En buena medida somos humanos porque creamos cultura de forma continua.
Bibliografía:
Wilson-Lee, Edward [2019], Memorial de los libros naufragados: Hernando Colón y la búsqueda de una biblioteca universal, Ariel, Barcelona.
Guillén Torralba, Juan [2004], Hernando Colón, humanismo y bibliofilia, Fundación Larra, Sevilla.
T. Marín Martínez, J. Manuel Ruiz Asencio, K. Wagner [Dir.] [1993], Catálogo concordado de la biblioteca de Hernando Colón. Fundación MAPFRE América y Cabildo de la Catedral de Sevilla, Madrid.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


