El reino de lo casero: juguetes de papel en la revista Billiken

«La estación del ferrocarril». Billiken, año I, no. 37, 26 de julio de 1920.



«Construcciones Billiken». Billiken, año I, no. 4, 8 de diciembre de 1919.



«El Gran Circo Billiken. Compañía ecuestre, clowns, animales amaestrados», Billiken, año IV, no. 197, 27 de agosto de 1923.



Victoria Martin Reyes

[Buenos Aires, 1996]

 

Historiadora del arte especializada en cultura material lúdica para las infancias. Licenciada en Artes Plásticas y Profesora en Enseñanza Media y Superior en Artes por la Universidad de Buenos Aires y doctoranda en Historia por la Universidad Nacional de San Martín. Se desempeña como referente de archivo e investigación en la Biblioteca y Centro de Documentación del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. En 2023, fue becada por el Consejo Interuniversitario Nacional. Ha realizado numerosas asistencias curatoriales en museos nacionales, y tareas de investigación y archivo para fondos documentales de artistas argentinos.


Por Victoria Martin Reyes *

«Soy un chiquilín sumamente nervioso, que tiene gran simpatía por su revista, porque hoy es ella mi tesoro más querido, por sus amenas lecturas, sus cuentitos [...] y sus construcciones Billiken. Estas, señor director, me vuelven loco, tanto que los días me parecen años, en espera del lunes en que la recibo (...)» [1]. En agosto de 1920, un niño llamado Antonio Demóstenes Medina enviaba estas palabras a la editorial de Billiken. La revista dirigida por Constancio C. Vigil ofrecía una amplia oferta de entretenimientos para las infancias, pero ¿cuál de todos ellos podía despertar semejante fascinación?

 

Desde su primer número en 1919, Billiken incluyó modelos para cortar y armar, comúnmente popularizados como juguetes de papel o recortables. Esta tipología se originó en el contexto victoriano y sus valores ligados a la independencia, la formación intelectual y la domesticidad, en un momento en que recientes teorías educativas y pedagógicas redefinían la educación infantil y el rol de la familia nuclear. Desde el siglo XVIII, la conformación de un mercado europeo de juguetes respondió a estas necesidades, y el juguete de papel –favorecido por innovaciones gráficas como la cromolitografía– se consolidó como un pasatiempo idóneo para combatir la ociosidad en el hogar. No era un juguete dado: había que aprender a realizarlo. El seguimiento de instrucciones y el uso de herramientas garantizaban largas horas de ocupación infantil y cierto descanso parental: «[...] en el afán de acertarlos pasan entretenidos algunas horas, instruyéndose al mismo tiempo, y todo esto redunda en beneficio de los padres [...]» [2].


El primer número de Billiken apareció el 17 de noviembre de 1919. Fotografía: Gentileza tebeosfera.com 


En Europa, estos juguetes circularon primero en láminas sueltas y más tarde se expandieron a otros formatos, entre ellos la prensa periódica ilustrada, tanto para adultos como para las infancias. Publicaciones como Mon Journal [1881-1925] o Pictorial Review [1899] ofrecen algunos ejemplos que más tarde se volvieron prototipos para los recortables argentinos [3].

 

En nuestro país, los juguetes de papel se difundieron inicialmente en revistas ilustradas para las infancias, en paralelo a la conformación de ese público y de un mercado específico. Podría deberse al ideario de Vigil tal emergencia, ya que a la fecha hemos identificado los primeros recortables en publicaciones editadas bajo su dirección, Pulgarcito [1904] primero y Billiken después. Frente a una incipiente industria del juguete y a la mayoritaria importación de costosos modelos industriales, el juego cotidiano de la mayoría de niñas y niños se desplegaba en el reino de lo casero. Barriletes, pelotas de trapo, carritos de rulemanes o zancos improvisados con latas ofrecían una diversión equiparable a la del juguete industrial, inalcanzable salvo para quienes podían costearlos o al menos fotografiarse con ellos en estudios [4].

 

En ese contexto, los pasatiempos caseros estaban a la orden del día en revistas como Billiken, y entre juegos de ingenio, rompecabezas o moldes de vestidos, el juguete de papel constituía una experiencia desafiante y laboriosa. Ubicado hacia la mitad de la revista, a color y en página completa, debía armarse siguiendo instrucciones escritas y sígnicas que indicaban dónde recortar, plegar o ensamblar. El proceso requería no sólo de tijeras, sino también de cortaplumas, pegamento, hilos, alambres y/o ganchos del tipo mariposa, éstos últimos para generar movimiento, especialmente en los juguetes animados, caretas y títeres. En síntesis, había que seguir determinadas instrucciones y poner en práctica ciertas destrezas para que el juguete «funcione».

 

Aquel procedimiento, alma del juguete de papel y su motor primero, lo integraba a la lógica del ocio normativo y edificante, que propagaba su influencia sobre la cultura material destinada a las infancias argentinas a principios de siglo. En línea con el espíritu victoriano y los preceptos pedagógicos de aquellos tiempos, el estímulo constante de la buena conducta, la disciplina y el ingenio infantiles era garante de una recta ciudadanía futura. Desde fines del siglo XIX, los ámbitos educativos locales promovieron esos valores al incentivar una cultura del trabajo manual, que preparaba tempranamente al alumnado para el aprendizaje práctico de oficios y el hábito de la laboriosidad [5]. El juego con papel implicaba un cruce entre lo mental y lo manual que complementaba en el ámbito doméstico los esfuerzos de la educación formal, y distintos artículos en Billiken, destinados más a los padres que a los niños, recomendaban juguetes instructivos que exigiesen un dominio manual e inventivo [6].

 

En síntesis, jugar con papel en Buenos Aires a principios de siglo XX fue un entretenimiento corriente, tan corriente como desafiante, porque conjugaba aprendizaje, ingenio y destreza manual. Un pasatiempo al alcance de todos, tanto de quienes compraban sus juguetes como de quienes se los hacían. Porque, a fin de cuentas, para jugar sólo se necesita construirlo por igual.

 

Notas:

1] Antonio Demóstenes Medina, Billiken, año I, no. 39, 9 de agosto de 1920.

2] Joaquina Calderón de Ramos, Billiken, año I, no. 20, 29 de marzo de 1920.

3] Victoria Martin Reyes. “Afectos y cultura material: los juguetes de papel en Pulgarcito y Billiken (primeras décadas del s. XX)”. Sandra Szir y Verónica Tell (comps.), III Jornadas Internacionales de Arte y Patrimonio CIAP “Reproducir, multiplicar, viralizar. Dinámicas de las imágenes en tránsito”. Buenos Aires: Sello CIAP, 2024.

4] Daniela Pelegrinelli. Diccionario de juguetes argentinos. Infancia, industria y educación 1880-1965. Buenos Aires: El Juguete Ilustrado Editores, 2010.

5] Lucía Lionetti. Generaciones sanas, robustas, felices y trabajadoras. En La misión política de la escuela pública. Formar a los ciudadanos de la república. Buenos Aires: Miño y Dávila, 2007.

6] Isabel Creus, “¿Qué juguetes convienen a los niños?”, Billiken, año I, no. 2, 24 de noviembre de 1919.


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