Johanna van Gogh-Bonger, la guardiana de la magia

La joven Johanna van Gogh-Bonger, retratada por Woodbury and Page en 1889.



Theo Van Gogh, hermano de Vincent, retratado por Woodbury & Page, en Amsterdam, a los 32 años.



Autorretrato con la oreja cortada, pintado por Vincent van Gogh en 1889, conservado en la Courtauld Gallery de Londres.



Le Pont de Langlois à Arles, avec dame au parapluie. Arles, mayo de 1888, óleo sobre tabla de 49,5 x 64 cm. En el museo Wallraf-Richartz de Colonia, Alemania.



Sonia Decker


Directora de CONSULTART/dgb, consultora con más de treinta años de actuación en el mercado de arte local. 


Licenciada en Publicidad (USAL). 


Fue Perito judicial en Arte, y Profesora de “Mercado del Arte” en las Universidades del Salvador y del Museo Social Argentino.


Integró el grupo fundacional del Museo de Arte Tigre, teniendo a su cargo la adquisición de las obras de su colección permanente.


Artista pintora, ha realizado sus últimas muestras individuales en las galerías VYP, Arroyo y Librería Menéndez.


Por Sonia Decker *

El apellido Van Gogh es propiedad del mundo. La obra de Vincent reaparece diariamente en museos, subastas, exposiciones, infinidad de libros editados para adultos y niños, películas, merchandising de toda índole.

 

Durante su corta existencia (1853-1890) vivió para la pintura creando una nueva estética y fue gestando de manera inconsciente lo que más tarde se transformaría en un mito absoluto, tan poderoso como su propia vida.

 

Sabemos de sus angustias, sus pesares y sus desórdenes mentales que se traducen en los gruesos empastes vibrantes de pinceladas concéntricas, que atrapan a cualquier espectador. Su verdadera vida interior sólo se conoció a través de sus cuadros. Los colores casi puros colocados como una prolongación de una ansiedad permanente, son el reflejo de su alma. Van Gogh no solo retrataba o pintaba un paisaje; a todo le sumaba su impronta vital, sin códigos, con una pureza inusual cargada de potencia y de singularidad.

 

Su hermano Theo fue su gran protector y el constante proveedor de recursos y de los materiales necesarios para su labor. Sabía que Vincent sólo podía y debía pintar para que su existencia compleja pudiera continuar por un camino relativamente beneficioso para él. Las innumerables cartas que ambos intercambiaron, sostuvieron el sólido vínculo que los unió a lo largo de sus cortas existencias.

 

Aunque no sea tan conocida como ellos, Johanna Gezina Van Gogh-Bonger, la esposa de Theo, se convirtió en una figura relevante para la futura consolidación de la obra de su cuñado. Recientemente se ha conocido mucho más sobre la fascinante vida de esta singular mujer, gracias a la publicación de la biografía escrita por Hans Luijten, Comisario del Museo Van Gogh de Amsterdam, quien por primera vez tuvo acceso a sus diarios personales.

 

Johanna nace en Amsterdam el 4 de octubre de 1862. Su padre era agente de seguros, y fue la quinta de siete hermanos. La familia, perteneciente a la ascética clase media holandesa era aficionada a la música por lo que Johanna se convirtió muy joven en una buena pianista. A diferencia de sus hermanas mayores, demostró tener inquietudes intelectuales que la llevaron a estudiar inglés trabajando algunos meses en la Biblioteca del Museo Británico de Londres. Durante esa época que fue clave en su formación, dio clases de inglés, tradujo especialmente a Shelley, poniéndose en contacto con el movimiento sufragista en auge en ese tiempo, mostrando su simpatía con el socialismo. En ese momento hablaba correctamente tres idiomas: inglés, neerlandés y alemán.  

 

A los veintidós años daba clases en Elburg y más tarde en Utrecht. En 1885, cuando vivía en Amsterdam, conoció a Theo Van Gogh quien le propuso matrimonio al poco tiempo de entablar una relación. Reacia a cualquier reacción impulsiva lo rechaza de inmediato, aunque a los pocos meses aceptó su propuesta. Theo vivía en París y su principal ocupación consistía en buscar compradores y galerías para colocar los cuadros de su hermano Vincent. También comercializaba la obra de jóvenes artistas parisinos que empezaban a desafiar al academicismo imperante. Así es como Johanna, al llegar a París ingresó de lleno al fascinante mundo de los artistas finiseculares del siglo XIX. Pudo conocer a Gauguin, Pissarro y a Toulouse Lautrec. En el diario que comenzó a escribir a los diecisiete años relata la admiración que le provoca este nuevo mundo pleno de creatividad, renovación y exotismo.

 

En ese tiempo, Vincent ya se había instalado en Arlés atraído por los colores de la Provence. Desde allí mantenía con su hermano una constante corriente epistolar detallada y afectuosa. Theo recibía sus trabajos e intentaba colocarlos infructuosamente en el mercado parisino. Su casa estaba repleta de “Van Goghs” ya que el artista vivía uno de sus períodos más prolíficos pintando frenéticamente. Esta pasión desmedida fue paralela al empeoramiento de su salud mental, al de distintas internaciones traumáticas para él, hasta que finalmente se produjo se deceso en 1890 sin haber podido recibir el más mínimo reconocimiento por su esforzada labor artística.


Le Moulin de la Galette, pintado por Van Gogh entre 1886 y 1887, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.


Ese mismo año, el 31 de enero, nace el hijo de Theo y Johanna a quien bautizan con el nombre de Vincent William.


La desaparición de Vincent tuvo un impacto tremendo en la vida de su hermano, quien pocos meses después sufre un colapso mental como consecuencia de las secuelas provocadas por la sífilis, falleciendo en enero de 1891. De la noche a la mañana, Johanna enviuda a los veintiocho años, con un pequeño hijo de un año y la pesada herencia de un departamento en París, unas doscientas obras de su cuñado sin ningún valor, y un gran número de cartas que Theo había guardado con inmenso cariño. La joven decide regresar a su tierra natal para abrir una casa de huéspedes en Bussum, un pueblo ubicado a 25 km de Amsterdam, con la finalidad de que pudiera generar algunos ingresos. Allí comienza a recuperar sus contactos artísticos retomando la escritura de su diario que había dejado abandonado durante su matrimonio. Para ganar algún ingreso extra tradujo cuentos del inglés y del francés al holandés. Unos años más tarde, pese a la desaprobación de su familia, fue una de las fundadoras del movimiento socialista femenino.


Luego de un intenso trabajo, el negocio estaba en funcionamiento. Los cuadros de su cuñado llenaban las paredes de su posada. Repartiendo el poco tiempo que le quedaba entre la atención y la crianza de su hijo, durante las noches, empezó a leer la correspondencia que habían intercambiado durante años los hermanos Van Gogh. Aún no lo sabía, pero acababa de comenzar lo que sería el proyecto de su vida. Un extraordinario pintor de vanguardia, sumado a la intensa labor que Johanna realizó durante el resto de sus días para que la obra de su cuñado fuera reconocida, resultó ser la combinación ideal para el despertar del éxito futuro de Vincent Van Gogh.


Después de leer todas las cartas y quedar profundamente impresionada por las reflexiones de Vincent sobre su arte, su técnica y cada una de las pinceladas que daban forma a su obra, así como la definición detallada de las narraciones con las que transmitía todas estas sensaciones a su hermano, pudo entender la complejidad de un artista torturado por una mente inestable, pero cuya genialidad aún no se había revelado.


Johanna realizó un curso acelerado de crítica de arte y de marchand, leyendo todo tipo de publicaciones vinculadas a las vanguardias, y contactando al mismo tiempo a sus antiguas relaciones en París. Al principio, la reacción del público hacia las obras de Van Gogh resultó igual de negativa que en vida del artista. Pero gracias al convencimiento de Johanna y a la insistencia en publicar las cartas como parte esencial del proceso creativo, consiguió la primera exposición en solitario de Vincent en 1892. Poco a poco diversas galerías fueron interesándose en sus obras.


Uno de los grandes valores de Johanna como marchand de Van Gogh fue que no actuaba sin criterio sino que trazó una estrategia premeditada ejecutando de manera metódica un proyecto para que las obras fueran adquiriendo valor sin traicionar la voluntad de Vincent que había soñado con hacer un arte popular. Prestaba los cuadros para diversas exposiciones aunque no ponía todos a la venta. De ese modo muchos tuvieron como destino final los grandes museos donde pudieron ser vistos por miles de espectadores.


En agosto de 1901, Johanna se casa con Johan Cohen Gosschalk (1873-1912), un pintor holandés nacido en Amsterdam. Vuelve a enviudar en 1912 y en 1914 decide llevar los restos de Theo desde Utrecht a Auvers-sur-Oise enterrándolo junto a la tumba de su hermano Vincent. Un brote de la hiedra que provenía del jardín del Dr. Gachet cubre actualmente el lugar donde ambos descansan, envolviéndolos juntos.


Johanna van Gogh-Bonger en su escritorio, hacia 1909. En la pared se encuentran Las flores de Henri Fantin-Latour, El jarrón de la honestidad de Vincent van Gogh (1884) y arriba Paisaje en el crepúsculo, también de Van Gogh. Fotógrafo desconocido, Museo Van Gogh, Amsterdam.


Se han señalado dos grandes hitos en la gestión de la herencia que recibió Johanna Bonger. Uno fue la exposición realizada en 1905 que tuvo lugar en el Museo Stedelijk de Amsterdam, aplaudida en toda Europa. Y por otro lado su obsesión y dedicación permanentes con las cartas de los hermanos Van Gogh. Esto la llevó a publicarlas en 1914 en tres volúmenes y en su versión original.


Una de las últimas misiones a las que se dedicó consistió en que la obra de Van Gogh llegara al público estadounidense. Vivió en New York de 1915 a 1919. Se propuso traducir las cartas al inglés. Lamentablemente, la aparición de las mismas fue algo que no ocurrió hasta 1927, dos años después de su muerte acaecida el 2 de septiembre de 1925 en Laren, Países Bajos. La muerte la sorprendió a los 62 años, traduciendo la correspondencia de ambos hermanos al inglés.


Una carta de Vincent a Theo, de noviembre de 1882. Museo Van Gogh, Amsterdam.

 

Su legado para el mundo y la historia del arte ya se había convertido en una realidad y quedaría instalado para siempre. A menudo quedó olvidado que Johanna Van Gogh – Bonger fue la mujer que hizo trascender a Vincent Van Gogh. Ella supo ver el valor de su obra, convenció al público para que le prestara la atención merecida, fue quien hizo el complicado trabajo de valorizar un patrimonio sin precios ni mercados, y mediante su trabajo otorgarle la relevancia que hoy el mundo entero le reconoce.


«¡Todo no es más que un sueño! Lo que hay detrás de mí, mi corta y dichosa felicidad conyugal, eso también ha sido un sueño», escribió acongojada el 15 de noviembre de 1891 en su diario, profundamente dolida por la muerte repentina de su esposo Theo. Nunca imaginó que de esta tremenda pena surgiría la férrea voluntad de poner en marcha la titánica tarea de instalar en el mundo y en el mercado del arte a uno de los artistas más importantes de la historia. Venció obstáculos de todo tipo, realizó tareas que le estaban vedadas a las mujeres, pero tuvo la visión anticipada de hacer surgir de la nada a un artista descomunal que perdurará por siempre.


Su hijo Vincent William prefirió hacer primero su carrera como ingeniero. En 1962 firmó un acuerdo con el Estado holandés para transferir la propiedad de la colección restante de obras a la Fundación Vincent Van Gogh. El Estado se ocupó de crear el Museo abierto en 1973, uno de los más bellos de Europa, con unos 200 cuadros, 500 dibujos y cerca de 800 cartas, una de las mayores compilaciones existentes. En 2021, después de la pandemia, el Museo recibió 366.000 visitantes. Johanna habría aplaudido. Los espectadores, le estaremos eternamente agradecidos.


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios. Septiembre de 2024.


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