La complejidad, piedra de toque de la relojería tradicional. El reinado de la firma Patek Philippe y la pesadilla de un subastador

La subasta se celebró en Génova, el 9 de abril de 1989.



El lote 300 de aquel legendario remate temático, un reloj de oro de finales de la década de 1940, "Gran Complicación". Un antepasado del Calibre 89, que fue el lote 301 de la subasta.



La firma Patek Philippe edita una revista que lleva su nombre, y en la edición del invierno boreal de 2023 tituló un artículo referido al tema que hoy presentamos: Una subasta sin igual. En cinco páginas destacó su efecto en el mundo del coleccionismo internacional de relojes.



[Por la redacción de Hilario]

En la vida de las casas de remate de arte y antigüedades en el mundo hay momentos especiales, inolvidables. Algunos han provocado libros de alta repercusión pública y artículos que se multiplicaron por las redacciones del mundo, otros han quedado más o menos ocultos, como el que hoy compartiremos.

 

La historia sucedió en la década de 1980, con una de las firmas más prestigiosas entre las marcas de relojes de lujo, Patek Philippe. La conducía un líder visionario, Philippe Stern, quien había adquirido poco antes las acciones de la firma para recuperar la sociedad al seno de su familia y asumiendo grandes riesgos financieros. Lo hizo en vísperas del 150° aniversario de la casa suiza. Aquel momento tan especial para la compañía se expresó en la creación de ocho nuevos modelos; entre ellos, el que denominaron «el reloj definitivo, el Calibre 89, la puesta en práctica de todos los conocimientos sobre relojería mecánica».

 

Se trataba de un reloj astronómico de bolsillo hoy considerado un hito en la historia de la relojería mundial. Philippe Stern había invertido en ese sueño nueve años de labor con sus más destacados maestros relojeros, dirigidos por el ingeniero Jean-Pierre Musy. La propia casa lo expresó en el libro que acompañaba cada ejemplar: «Desde 1932, la casa Patek Philippe ha ostentado el récord del reloj portátil más complicado: primero con el Famoso reloj de Graves [24 complicaciones] y ahora con el Calibre 89 [33 complicaciones]». Cada reloj incluye 1728 componentes y todos ellos poseen un acabado técnico y estético de excepción, los que se distinguen con el Sello de Ginebra, instituido en 1886 para preservar la más alta calidad y prestigio de los relojes nacidos en esta ciudad suiza.

 

En aquel año de 1989, «el Calibre 89 fue la estrella en una subasta dedicada solamente a los relojes Patek Philippe y, como afirmaba el New York Times, “en raras ocasiones sale a subasta un objeto objeto u obra de arte de esa magnitud y, cuando ocurre, la atención del mundo civilizado se centra en el momento sobrecogedor de su venta”» -lo resumió la casa en su revista internacional [1]

 

La subasta se organizó en Ginebra y tenía todos los condimentos para ser tan exclusiva; el catálogo incluía 300 de las mejores piezas con la identidad Patek Philippe, algunas que se remontaban al siglo XIX y el lote 301 con el punto estelar de la noche, el novedoso Calibre 89. Todo un homenaje para conmemorar el 150 aniversario de la casa y todo un desafío, pero la empresa subastadora contaba con el respaldo de la firma fabricante y organizó una gira mundial de presentación previa, con exhibiciones en París, Londres, Milán, Nueva York, San Francisco, Tokio, Hong Kong y el Golfo Pérsico.


El punto culminante de esta venta fue el esperado, el imponente reloj de bolsillo, modelo estrella de Patek Philippe que coronaba su aniversario 150, el llamado Calibre 89, «un reloj de coleccionistas» desde su origen; sólo se fabricaron cuatro ejemplares: uno en oro amarillo y los demás, en oro rosa, en oro blanco y en platino.


«El Calibre 89 es un reloj de bolsillo abierto con dos esferas principales en una caja de oro de 18 quilates. Según el consenso, el Calibre 89 tiene 33 complicaciones divididas en 5 categorías principales: la medición del tiempo, el calendario, el cronógrafo, la sonería y las funciones operativas… El movimiento contiene 1.278 piezas. El peso total del reloj es de 1.100 gramos. El calendario perpetuo muestra el siglo, la década, el año, el año dentro del ciclo de 4 años, el día del mes, el nombre del mes y el día de la semana […]».


Dos días antes de la venta, prevista para un domingo, todos los personajes relevantes del mundo de la relojería habían llegado a Ginebra. Las delegaciones más numerosas eran la estadounidense, la italiana, la china de Hong Kong y la japonesa. La víspera de la subasta dejó ver el inframundo de la relojería en todo su esplendor subterráneo, impregnando los elegantes pasillos del Hôtel des Bergues con una atmósfera que recordaba a una mezcla entre un zoco árabe, un fumadero de opio y una reunión de clanes mafiosos. Dondequiera que uno mirara –si lograba ver a través de la bruma de humo de cigarrillos [y otros estimulantes]– se encontraban hombres con gafas oscuras y trajes oscuros, a menudo sin afeitar, regateando, susurrando, y en ocasiones abriendo la chaqueta para mostrar relojes prendidos en su interior.


La sala de exhibición de la subasta estaba abarrotada -se estima, unas ochocientas cincuenta personas-, con la mayor concentración de público rodeando la vitrina que exhibía el Calibre 89, que, según el catálogo, «incluía 332 tornillos, 184 ruedas, 61 puentes, 68 resortes, 126 cojinetes dobles, 24 agujas, 8 discos, 2 esferas principales y 429 piezas mecánicas compuestas […]».


Como consideración adicional, el catálogo añadía: «en el año 2899, el disco que lleva los números del siglo deberá ser cambiado, ya que no contempla cifras para el siglo XXVIII en adelante». En la práctica, esto significaba que había una rueda que sólo se movía cada 100 años… ¡y lo iba a hacer apenas siete veces antes de necesitar un recambio!

 

El día más esperado


La venta principal se desarrolló desde las 10 de la mañana hasta poco antes de las 4 de la tarde. La cantidad de público era tal que se instalaron pantallas de televisión en otro salón del hotel, en el mismo piso. A las 15:55, el martillero bajó el último lote [el que se muestra en la foto», un «reloj de bolsillo en oro de 18 quilates de finales de los

 años 40, ‘gran complicación’ con fases lunares, astronómico, repetición de minutos, sonería grande y pequeña» – un abuelo del Calibre 89.


A las 16:00 en punto, el subastador pidió silencio. Y en ese silencio la sonería del Calibre 89 marcando la hora invadió la sala que estalló en aplausos. La venta de esta pieza única duró escasos y vibrantes minutos, siendo adjudicada a un caballero brasileño sin rasgos distintivos, sentado en primera fila. El precio: 4,5 millones de francos suizos si comisión de compra. La sala quedó alborotada, y el martillero convertido en una estrella digna de Hollywood.


A la espera de la reaparición del comprador o de la transferencia de los fondos necesarios, el Calibre 89 fue guardado bajo «siete candados» en la caja fuerte del subastador. La espera fue breve: apenas una semana después, la edición europea del International Herald Tribune publicaba un anuncio con la fotografía del Calibre 89, ofreciéndolo al mejor postor. Para resumir: el pujador brasileño nunca había tenido los fondos necesarios y ahora intentaba venderlo para saldar su deuda. En cuanto a él mismo, ya había desaparecido.


Y así, durante muchos meses, el Calibre 89 permaneció en la caja fuerte. Una pieza tan visible nunca iba a ser fácil de vender, y menos aún después de un escándalo tan público. Nadie quería saber nada. A la casa de subastas le llevaría varios años resolver el asunto.


Sin embargo, para Patek Philippe el resultado no fue tan catastrófico como podría haberse esperado en un inicio. Dada la enorme publicidad que rodeó a la subasta y los precios alcanzados en numerosos lotes -unos 15,1 millones de dólares-, las existencias de relojes de pulsera y de bolsillo Patek Philippe en tiendas de todo el mundo descendieron a la par de un incremento en las ventas de un cincuenta por ciento en apenas tres meses. ¡El éxito comercial se había alcanzado!

 

Y Patek Philippe siguió su marcha triunfal, tamaña repercusión de aquel catálogo con trescientos y uno [el sorprendente Calibre 89] de sus tesoros de relojería la inspiraron a organizar un espacio de exhibición permanente, primero con la colección que habían reunido Henri Stern y su hijo Philippe, y desde el 2001 en el museo que hoy aloja, probablemente, la colección de relojes más importante del mundo. Fue Philippe quien dictó la filosofía que hoy sigue guiando su curaduría: «los objetos en la sección de antigüedades deben datar de la fecha más temprana posible, hasta 1839 cuando se fundó Patek Philippe. Además, no deberá incluirse ningún reloj disponible en los salones [de venta de la firma]». Su lema original fue «crear el más bello y célebre museo de relojería del mundo».

 

Nota:

1] Patek Philippe. La revista internacional. Volumen V, número 3, invierno de 2023, pág. 63.


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