La revista y la casa museo Franco Maria Ricci

El autor, observando uno de los tesoros preservados. Detrás se aprecia el coche donde paseaba su nieta.



Ingreso a la Wunderkammer. Fotografía: Gentileza Fundación Franco María Ricci.



Sala del Novecento. Fotografía: Gentileza Fundación Franco María Ricci.



Luca Cambiaso, Venere benda gli occhi a Cupido, 1565. Fotografía: Gentileza Fundación Franco María Ricci.



El Jaguar de Franco María Ricci, en su Casa-Museo, Parma, Italia. Fotografía: Sergio Barbieri.


El “laberinto della Masone”. Parma, Italia. Fotografía: Sergio Barbieri.



Sergio Darío Barbieri 

(Buenos Aires, 1944)


Profesor de Bellas Artes, investigador de arte, fotógrafo. Se desempeñó como investigador de la Academia Nacional de Bellas Artes para realizar el inventario del Patrimonio Artístico Nacional en varias provincias.

Ha documentado, investigado y publicado sobre arte popular religioso, devociones y exvotos.

Posee una larga trayectoria en actividades museológicas en el país y el exterior. Ha realizado curadurías de exposiciones, consultorías, cursos y conferencias sobre su especialidad.

Autor de una treintena de publicaciones nacionales e internacionales.


Por Sergio Barbieri *

Un viaje a Italia, coincidiremos, siempre genera numerosos paseos. En esta ocasión lo hice para visitar a mi hija, su marido y mi primera nieta. Y entre las diversas salidas culturales y de recreación, en Parma visitamos la colección de arte de Franco Maria Ricci y su «Laberinto della Massone».


Extraordinario editor, conocía su revista «FMR», para muchos considerada «la más linda del mundo» -su slogan, así calificada por Jacqueline Kennedy en su lanzamiento neoyorkino-, y residiendo en la ciudad de Córdoba entre 1988 y 2009, habíamos comprado unos setenta números hasta que, los cambios, variantes, mudanzas y zangoloteos de nuestro país, los amigos de la librería «Amerindia» dejaron de traerla.

 

Franco Maria Ricci (1937 - 2020), su creador y director, lanzó el primer número de “FMR” en 1982. Coleccionista de exquisito gusto fue el padre de la mejor revista de arte que se haya editado. Y cuarenta y dos años después de aquel nacimiento, otra bienaventurada criatura -mi nieta- me acercaba a su casa-museo, el complejo edilicio de 5000 m2, un proyecto de los arquitectos Pier Carlo Bontempi y David Dutto, donde se exhibe la colección de más de 400 obras del 1300 al 1900, su gran biblioteca y un salón de conciertos. El ingreso se sitúa frente a una plaza de 2000 m2 desde donde se puede ver, en el fondo, una pequeña pirámide (2,50 m. de alto) que es «una capilla que recuerda el laberinto como símbolo de fe».

 

En palabras de Vittorio Sgarbi, además de su «visión original y febril y de poseer una ilimitada curiosidad», Ricci era esa rara avis que «muestra el arte en todas sus manifestaciones, desde los grandes maestros, al arte aplicado o el popular».

 

Para la revista escribieron ítalo Calvino, Humberto Eco, Roland Barthes, y Giovanni Mariotti, entre otros. Ya en la década de los 60, Ricci había publicado una soberbia versión de “Il Manuale tipográfico” del editor y tipógrafo Giambattista Bodoni, como una evidente declaración programática. Y en 1981 publicó el “Codex Seraphinianus” una enciclopedia ilustrada del arquitecto romano Luigi Serafini donde se muestra la actividad humana en todas las disciplinas, además del abismo marino y los animales fantásticos, acompañando estas las imágenes con un alfabeto inventado e imposible de leer.

 

Curioso, extravagante, ecléctico, F. M. R. no se limitaba a publicar las grandes obras de género o época; por su revista pasaba de los “tsube” japoneses (n 6), a las “Metopas de Selinonte” (n. 15), o a las estatuillas criselefantinas (n 9). De igual modo, en su museo prima la diversidad.

 

Un museo, tantas vidas

 

Heterogéneo como su alma mater, la colección evoluciona por las distintas salas con un guión que sorprende. En la primera se exhibe el auto que usaba Ricci, un Jaguar E Tipe, de los años 60, que se distingue por la elegancia de su diseño. Dicha sala se completa con una fuente de mármol del 1700 y un “Automata bevitore”, una figura humana que tiene en una mano una botella y en la otra una copa. Es de fines del XIX y ejemplifica la curiosidad de Ricci. Del 1500 y el 1600 hay pinturas de Carracci, Nazzola, Schedoni y esculturas neoclásicas y modernas como el mármol “Vir Temporis Acti” de Adolfo Wildt (1868, 1931).   


En las siguientes cuatro salas se pasa por el manierismo, el naturalismo y se recorren los siglos XVII y XVIII en objetos y pinturas de gran calidad como la “Venere benda gli occhi a Cupido” pintado en 1565 por Luca Cambiaso, o la escultura policromada “Busto di Véscovo”, también del XVI.

 

En la quinta sala se destacan los diseños de Erté (1892, 1990), ruso, escenógrafo e ilustrador de la revista “Harper Bazzar”, y las maravillosas esculturas de Demétre Chiparus (1886 - 1947).

 

Los bustos de mármol o terracotas francesas del XVIII de la sala nueve, llamada “efecto Napoleón” por rapsódica y ecléctica, estaban entre las obras preferidas de Ricci. En ella hay esculturas y pinturas donde se destacan las que retratan a la familia de Napoleón Bonaparte.

 

Diverso, a su gusto personal, incorporó tres obras de Antonio Ligabue (1899, 1965). Una de ellas es la “Testa de Tigre”.



Como exposición temporaria y de una atractivo muy especial estaba en ese momento “Musca Depicta, C´e una mosca sul cuadro” (Mosca pintada, hay una mosca sobre el cuadro), curada por Sylvia Ferino y Elisa Rizzardi. En el catálogo escriben: «Por norma tendemos a aplastar moscas, pero con esta exposición nos esforzamos en buscarlas en las obras de arte, en un viaje que va de la escuela del Giotto a los contemporáneos. Además de ser divertido para la vista, es una oportunidad para reflexionar sobre los cambios de significado y los métodos de representación, así como sobre el simbolismo de una presencia mínima pero persistente, a la vez molesta e intrigante».

 

F. M. Ricci y J. L. Borges

 

El “laberinto della Masone”, su ya célebre laberinto fue inaugurado en 2015, lo forman siete hectáreas que rodean todos los edificios y fue realizado con diversas especies de bambú.

 

La idea de hacer este laberinto nace de la amistad de Ricci con Jorge Luis Borges. Se vieron en 1974 cuando el editor quiso conocer al escritor, que tanto admiraba, del cual había publicado varios de sus libros. Vino a Buenos Aires e invitó a Borges a pasar algunos meses en Italia. Se hicieron amigos y Ricci le confesó a Borges la idea de construir el laberinto más grande del mundo.

 

El italiano consideraba al escritor argentino «un símbolo natural de la perplejidad», y decía de él «que las trayectorias que sus pasos ciegos y vacilantes trazaron a mi alrededor me hicieron pensar en las incertidumbres de quienes se mueven entre bifurcaciones y enigmas». A partir de allí nació en Ricci el deseo de construir un «equivalente suavizado» del laberinto de Knossos, «donde la gente pudiera caminar, perdiéndose de vez en cuando, pero sin peligro».

 

La idea se concreta luego de la muerte de Borges y la realiza David Dutto. El laberinto, como dijimos, rodea todos los edificios y se inspira en sus pares romanos que tenían cuatro ángulos de 90 grados en sus cantos.

 

En 2021 y con el número cero, aparece nuevamente la revista con temas atractivos e inesperados, como nos tenía acostumbrados Ricci. Entre ellos nos llama la atención “Il sorriso totonaca”.

 

* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios. 


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