Libros sin dueño

Young Marshall Meyer [derecha] con Abraham Joshua Heschel. Fotografía: Archivo Marshall Meyer, Universidad Duke, USA.



Marshall y Naomi Meyer justo antes de partir hacia Buenos Aires en 1959. Fotografía: Archivo Marshall Meyer, Universidad Duke, USA.



Asamblea Permanente por los Derechos Humanos [APDH], Nómina tentativa de personas desaparecidas en la Argentina desde 1975 al 31 de enero de 1979 incluido. Fotografía: Archivo Marshall Meyer, Universidad Duke, USA.



Marshall Meyer, fundador del Seminario Rabínico Lationamericano. Fotografía: Gentileza Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall T. Meyer.



Ex libris de Marshall T. Meyer. «Haz de tus libros tus compañeros [...]»


Irina Podgorny

(Quilmes, Argentina, 1963).


Historiadora de la ciencia. Doctora en Ciencias Naturales (Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Investigadora Principal del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata. Profesora Invitada en universidades y otras instituciones nacionales e internacionales. Presidente de la Earth Science History Society (2019-2020), desde 2021 es miembro del Consejo de la History of Science Society (HSS), donde está a cargo de su comité de Reuniones y Congresos.


Autora de numerosos libros, este año publicó Florentino Ameghino y Hermanos. Empresa argentina de paleontología ilimitada (Edhasa, Buenos Aires, 2021) y Los Argentinos vienen de los peces. Ensayo de filogenia nacional (Beatriz Viterbo, 2021). Sus artículos se han publicado entre otras revistas en Osiris, Science in Context, Redes, Asclepio, Trabajos de Prehistoria, Journal of Spanish Cultural Studies, British Journal for the History of Science, Nuncius, Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, Museum History Journal, Journal of Global History, Revista Hispánica Moderna, etc.


Asidua colaboradora de la Revista Ñ, dirige la Colección "Historia de la ciencia" en la editorial Prohistoria de Rosario, donde en 2016 se publicó el Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina, gracias a un proyecto de divulgación científica del CONICET.


Sus publicaciones pueden consultarse: AQUÍ


Por Irina Podgorny *

Ahora sí, trataré de escribir la nota que vengo postergando desde septiembre, surgida de una visita a la casa del Rabino Marshall Meyer [1930-1993] en la ciudad de Nueva York. O mejor dicho, de una amistad iniciada en el tercer lateral de la galería del Colón, mientras me retorcía y refunfuñaba por lo que se escuchaba desde la escena. Así conocí a David J. Jacobson, coautor en estas mismas páginas de “El golpe y la palabra”, oriundo de los Estados Unidos, psicoanalista residente en Buenos Aires y que, a fines de nuestro invierno, estaba en su ciudad de origen. Por mi parte, a pesar de la conmoción familiar, decidí continuar con mis planes e ir a Nueva York tras los métodos para esquilar arañas depositados en las  bibliotecas y archivos de por allí.

 

Como sea, en esa ocasión, David y yo no fuimos a la ópera sino a la Biblioteca Pública de la Quinta Avenida y allí, antes o después de dar con lo que buscábamos, me comentó que, como Naomi, viuda de Meyer, se estaba mudando, la familia había resuelto regalar sus libros. Seguramente quedaba poco porque, unas semanas antes de mi llegada, se había organizado una casa abierta pero, si me interesaba, podía ponerme en contacto a través de sus conocidos, aquellos que lo habían llevado a él. Acepté, a pesar que -o quizás por esa única razón- sabía que pronto tendría que enfrentarme a la avalancha de libros de la casa de Ranelagh. No sé si fue entonces o después que pensé que no era una mala idea enterarme qué hacían otros con la biblioteca y las cosas de los padres.

 

Marshall Theodore Meyer, un rabino Masortí o conservador, muy recordado por su papel en la CONADEP [1], había nacido en Brooklyn. Asistió al Dartmouth College y se matriculó en el Seminario Teológico Judío. Tras ordenarse en 1958, Meyer fue llamado como rabino del Templo de la calle Libertad de la Congregación Israelita de la República Argentina donde trabajó durante dos años antes de fundar la Comunidad Bet El y el Seminario Rabínico Latinoamericano, el centro regional del judaísmo conservador donde se ordenaron docenas de rabinos hispanohablantes. El judaísmo conservador, señalemos, es un movimiento que considera que la autoridad de la ley y la tradición judías emana del consentimiento del pueblo a lo largo de las generaciones, más que de la revelación divina. Por lo tanto, considera que la ley o Halajá es vinculante y está sujeta al desarrollo histórico. El rabinato conservador emplea la investigación histórico-crítica moderna y concede a sus feligreses determinar su postura sobre cuestiones prácticas, evitando las definiciones teológicas estrictas con pluralismo.

 

En ese marco, Meyer fue muy crítico del gobierno militar y denunció las violaciones de los derechos humanos. Visitó a los presos políticos en las cárceles y ayudó en la liberación de varios. Como la del periodista Jacobo Timerman, cuyas memorias [Prisionero sin nombre, celda sin número, 1981] le están dedicadas. En ese libro Timerman afirma que Meyer -fundador del Movimiento Judío por los Derechos Humanos- había «llevado consuelo a los prisioneros judíos, cristianos y ateos».  El 19 de diciembre de 1983, a pocos días de la asunción de Raúl Alfosín, el Decreto N° 187/1983 del Poder Ejecutivo Nacional constituía una Comisión Nacional para esclarecer los hechos relacionados con la desaparición de personas ocurridos en el país, adjuntando la nómina de los designados para Integrar la llamada CONADEP. Entre ellos, además del Obispo Jaime de Nevares, Ernesto Sábato y Magdalena Ruiz Guiñazú, se encontraba el Rabino Meyer a quien Alfonsín, le otorgaría la Orden del Libertador General San Martín.

 

Al año siguiente, el rabino y su familia regresaban a los Estados Unidos luego de casi tres décadas de residencia en el país. Tras una breve estancia en Los Ángeles, en 1984 Meyer aceptó el cargo de rabino en la Congregación B´nai Jeshurun de la ciudad de Nueva York. Su misión: revitalizar a la sinagoga ashkenazí más antigua de la ciudad, transformándola en una comunidad liberal que atrajo a miles de personas gracias a su énfasis en la acción social, el trabajo ecuménico con el clero cristiano y musulmán, y la paz en relación con el conflicto árabe-israelí.

 

En ese período, los Meyer reconstruyeron su casa argentina en el edificio de departamentos Belnord, erigido entre 1908  y 1909 en el lado oeste del alto Manhattan, donde habían vivido, entre otros, Marilyn Monroe y Lee Strasberg. Se trata de un solar que desde 1989 está inscripto en el Registro Nacional de Lugares Históricos: una estructura de 13 pisos, diseñada por el estudio de los arquitectos Philip Hiss y H. Hobart Weekes, una sociedad activa entre 1899 y 1933, especializada en hoteles, condominios y residencias en la zona más rica de Long Island y el sur de Massachusetts. En el caso del Belnord, construido en estilo Neo renacentista italiano, ocupa toda la manzana entre Broadway, Ámsterdam y las calles 86 y 87, con una fachada dividida horizontalmente en tres secciones. En la calle 86, un par de arcos en el centro de la fachada conducen a un patio interior con jardín. El Belnord cuenta con seis entradas, cada una correspondiente a un conjunto diferente; originalmente tenía una sala de máquinas en el sótano, así como establos para caballos, bauleras y 175 apartamentos a la Luis XVI. En la década de 1940, las unidades habían aumentado a 225, incrementándose a 231 a finales de la década de 2010 a raíz de la redistribución y reducción de las plantas a fin de obtener mayor rentabilidad. A uno de estos departamentos más pequeño se mudaba Naomi Meyer, un espacio donde la biblioteca, la mesa, los discos, los programas encuadernados del Teatro Colón, ya no entraban. El archivo de Meyer, por su parte, hace décadas que se encuentra en la Universidad de Duke sin embargo los libros de una persona educada en la sensibilidad de la clase media del siglo XX… no los quiere nadie. Eso a pesar que muchos estaban dedicados y eran -son- la continuidad o el origen del archivo. ¿Cómo pensar lo que uno escribe, los papeles de puño y letra, sin esas lecturas? Porque a fin de cuentas una biblioteca es eso, el monumento -en el sentido material del término, que queda de los gustos y los regalos que alguien -famoso o no- reunió en vida, solo o con su familia. En este caso, un conjunto que empezó en los Estados Unidos siguió en Buenos Aires y ahora, vuelve a desparramarse donde alguna vez comenzó.

 

Naomi nos recibió, sin conocernos, nos ofreció agua y, al rato, llegó Anita, su hija, con quien me había comunicado y coordinado la visita. Hablamos horas, de la Argentina, de nosotras, de aquí y de acullá. Antes, mi hija y yo, habíamos elegido algunos libros que Anita fotografió para guardarlos aunque fuera de ese modo. Uno de los que me llevé, era una reliquia de aquellos años tristes pero todavía optimistas: Derechos humanos y Servicio Militar obligatorio, publicado en 1983 por el Grupo Libertad de Conciencia y firmado por Eduardo Pimentel (1923-1984), fundador de la Asamblea Argentina por los Derechos Humanos, Fray Antonio Puigjané (1928-2019), de dudosa participación en el levantamiento de La Tablada, y Adolfo de Obieta (1912-2002), el hijo de Macedonio Fernández. Todos eran objetores de la obligatoriedad de la conscripción, fogueados o legitimados por el sufrimiento de los soldados en la Guerra de Malvinas a los que, por entonces, se los consideraba una víctima más de la dictadura militar. Dentro del libro, dedicado a Meyer por Pimentel, había un volante de FOSMO, el Frente de Oposición al servicio militar obligatorio del que, hoy, pocos recuerdan su existencia,

 

Otros de los que quedaban eran parte de las lecturas de la época, como aquellos que, poco después, recomendaría Beatriz Sarlo cuando, en su modernidad periférica, escribía sobre Buenos Aires inspirada libremente en el libro de Schorske sobre la Viena imperial de los Habsburgo. Ese, aunque lo tenía en algún lado, me lo traje porque se trata de una comparación que todavía me sorprende. Sin embargo, dejé la colección completa de la Nueva Historia Argentina de Paidós, otra reliquia que, a decir verdad, pesaba demasiado. Si me llevé una obra que tenía el exlibris del Rabino y que decidí destinar a Roberto Vega: la poesía de John Crowe Ransom (1888–1974), un educador, académico, crítico literario, poeta, ensayista y editor estadounidense cuya trayectoria me era desconocida. Me enteré ese mismo día que había sido uno de los fundadores de la Nueva Crítica, docente del Kenyon College, el primer editor de la revista Kenyon Review, nominado al Premio Nobel de Literatura en 1973. También participó de los Fugitivos, un grupo literario sureño, de donde en 1930, se derivaría el manifiesto conservador «I'll Take My Stand: The South and the Agrarian Tradition [Tomaré mi posición: el sur y la tradición agraria]»,” que atacaba la ola industrialista que, según ellos, arrasaba con la cultura tradicional de su región. Ransom -un conservador de ley- consideraba que el capitalismo industrial moderno era una fuerza deshumanizadora a la que el Sur debía rechazar en favor de un modelo económico agrario. Hacia fines de 1930, sin embargo, rechazó estas ideas quizás reconociendo que llevaban por senderos peligrosos.

 

Anita, a sabiendas de mis intereses por la historia, los charlatanes y la antropología, me había reservado un tomo sobre supersticiones argentinas. Lo guardé al lado de otros de la juventud de Naomi, mientras mi hija recopiló algunos clásicos de la literatura inglesa. No sé ella pero yo confirmé que una biblioteca tiene sentido mientras sus dueños la usan y la van olvidando. 

 

Durante la visita, recorrí con cariño esas paredes y esos cuartos, con unos cuadros y unos muebles que me recordaban el gusto argentino de la clase media de los años 1960 y 1970, el mismo que presidía mi casa, mucho más laica y suburbana (con perdón a mi mamá, que detestaba esa palabra) pero, sin dudas, con una sensibilidad que nos emparentaba y de la cual, hoy, poco sobrevive aunque sus objetos se vendan como decoración «vintage». 

 

No sé si fue entonces o luego de la visita pero allí me convencí que ese era el mejor destino de los libros de mi casa: que se desperdigaran con rumbo desconocido hacia donde alguien quiera adoptarlos. Y recuerden: mi hermano y yo queremos regalar las colecciones del derecho argentino de una abogada formada en la Universidad de La Plata en la década de 1950 y que dejó de ejercer en 1978, en ese momento para ponerse a dirigir y fomentar  una biblioteca cooperativa en la ciudad -o algo así-de Ranelagh. Con esos libros y su amor por la sociología jurídica había logrado la absolución de un obrero que había asesinado a su hermano en defensa del resto de la familia. No sé si existen los papeles que algún día me permitan reconstruir ese juicio pero, gracias al mismo, mi infancia pasó hinchada de orgullo por semejante madre. 


Nota: 

1] La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas [CONADEP] fue creada por Raúl Alfonsín el 15 de diciembre de 1983, cinco días después de asumir la presidencia, con el objetivo de aclarar e investigar la desaparición forzada de personas producidas durante la dictadura militar en Argentina, dando origen al Informe "Nunca Más", publicado en 1984.


* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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