Viejos almacenes de campo.

Diario de Caja, del almacén de campo San Roque. Archivo del Museo de Tapalqué. Fotografía: Lis Sole.



Oscar Mammarella a caballo, frente al boliche aún en pie. Se aprecia su fisonomía particular con dos puertas de dos hojas al frente [que ya no son las originales y la ventana chiquita en la esquina para el despacho fuera de horario]. Circa 1960. Foto gentileza Oscar y su hija Flaviana Mammarella.



Oscar y Norberto Mammarella desarman el viejo boliche San Roque, asentado completamente en barro y con paredes externas de 40 cm de ancho. Circa 1960. Foto gentileza María Ripa Mammarela de Caggioni.



Lis Sole 


Nace en General Alvear, provincia de Buenos Aires. Profesora de Música y Lengua en todos los niveles y áreas de las Escuelas Públicas urbanas y rurales durante más de 30 años. Profesora del Instituto Superior de Formación Docente en forma ininterrumpida durante toda su carrera docente.

 

Defensora del cuidado y preservación del patrimonio, ha presentado ante la Municipalidad de Gral. Alvear y su Concejo, proyectos de creación y planificación del Museo local, así como la formación de Comisiones de Preservación de la historia alvearense. Ha participado desde 2012 en los Congresos de Historia de los Pueblos realizados en distintas localidades de la Provincia.


Fue premiada por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires con el CADUCEO 2018 a la “Mejor columnista de temas históricos” por la autoría de más de 200 artículos históricos publicados en las redes y en diarios regionales impresos y digitales.


Ha publicado numerosos libros, entre ellos Marqués de Olaso; Trabajos Rurales; Historias de mi Pueblo -1 y 2-; José Portugués, y su participación en la creación del Fortín Esperanza, el Pueblo Esperanza y el partido de General Alvear (declarado de Interés Legislativo por la Cámara de Senadores de la Pcia. de Bs. As.), y Esquina Camilion.


Por Lis Sole

Boliche y Almacén «San Roque» de Núñez Lozano.


Encantadoras esquinas de campo que hablan de épocas pasadas… Más allá de su apariencia pintoresca y nostálgica los boliches han tenido tanta relevancia como los fortines y las estancias en la historia de los pueblos de la Provincia de Buenos Aires.

           

No es fácil armar la historia de los Boliches porque al mimetizarse tanto con los parajes y la gente, nadie les prestó atención, y menos escribieron sobre ellos; por eso, parece que algunos no hubieran existido y más aún si han sido demolidos. 

 

General Alvear [1] tuvo muchos, pero los momentos de su puesta en valor han sido escasos, momentos que encima no se han mantenido, ni han perseverado por tantos años.

 

Por un largo camino de tierra y perdido en la lejanía, en el límite con Tapalqué estaba el boliche «San Roque» de la familia Núñez Lozano, boliche alto y de paredes anchas hasta donde llegaba la huella aún visible de las carretas.

 

El libro más viejo del almacén que se ha conservado nos remite al 1° de diciembre de 1891, ubicado en el Cuartel VII de Alvear sobre campos que actualmente pertenecen a la familia Mammarella. Se accedía a él, por esa «huella» que figura en los mapas y que atraviesa los campos con dirección a 25 de Mayo cruzando las futuras líneas del ferrocarril que llegó recién en 1897.

 

Los Núñez Lozano, dueños de siempre

 

Quizás el patriarca de la familia fue Manuel B. Núñez, quizás con el segundo nombre Benito, o quizás un Juan Núñez que se casa con Bernarda Núñez, mismo apellido que su marido, padres de José Benito y Manuel Núñez Núñez, que para no confundir con las generaciones siguientes tendremos que llamarlos con los apellidos paternos y maternos que, en este caso, son los mismos. Todo hace suponer que Juan llega de España con sus hijos ya nacidos en 1846 y 1847, instalándose en las cercanías del puerto de Buenos Aires hacia el año 1850.

 

Por ahora desconocemos parte de su historia, hay un hueco de unos cuantos años hasta que el 10 de agosto de 1874 los Núñez, Juan y Bernarda, aparecen en los registros de la Iglesia Nuestra Señora del Carmen de Las Flores en ocasión del casamiento de sus hijos José Benito con la joven de 23 años Domiciana Lozano, y Manuel, que contrae matrimonio con la hermana de la novia, Antonia Lozano, de 25 años, hijas de Francisco y Sinforosa Álvarez. O sea, dos hermanos Núñez se casan con dos hermanas Lozano siendo testigos los franceses Francisca Chaix y Juan Archiprete.

 

Otra referencia nos llega cuando en 1879 nace el hijo de José Benito -por entonces con 33 años-, y es bautizado en la parroquia San Nicolás de Bari en la ciudad de Buenos Aires. De ahí, se mudan a Las Flores donde viven hasta el año 1894 ya que sus primeros hijos están anotados en la Iglesia del pueblo siendo su domicilio en la calle Libertad donde son censados en 1894. Sin embargo, según los libros del almacén, en 1891 ya estaban afincados en el Cuartel VII de Alvear, paraje actualmente conocido con el nombre de «Emma», bautizando los siguientes hijos -que serían más de diez-, en la iglesia de Tapalqué.

 

Los Núñez Lozano en los mapas

 

En la zona de Emma, Cuartel VII de General Alvear, figuran los campos de José Núñez y Cristina Núñez.

 

Según la inscripción de dominio [Folio 30] de 1956, el lugar linda por el sur con Hilario Renovales propietario de los campos «Estomba», «La Cándida» y «San Martín» mientras que José A. Renovales era el dueño de las estancias «Buena Vista» y «El Peludo» [2]. Según el mismo documento, el campo en 1966 era propiedad de Carlos Alberto, Juan José, Inocencio, Luis Carmelo y Antonio Máximo Mammarella.

 

En el plano que forma parte del atlas de Edelberg, del año 1929, figura en Emma la propiedad «San Roque», sucesión de José B. Núñez.

 

Un gran almacén de ladrillos asentados en barro…

 

El almacén era un gran galpón de ladrillos asentados en barro con casa de familia atrás que fue demolido por la familia Mammarella al cambiar de dueños.

 

Las paredes del centro del almacén eran anchas con dos ladrillos cruzados, «tan anchas que se podía caminar tranquilo por arriba de las paredes», con sendas puertas de dos hojas, una en cada esquina mirando desde el frente y con ventanas pequeñas con rejas que fueron llevadas por Erdmann a «San Justo» y no volvieron más.

 

El caserón tenía un corredor delante y otro atrás, con varias piezas, y el despacho era en sí de 16 x 8 metros, con un gran mostrador con rejas altas que también fueron a «San Justo». Cada una de las piezas era de 6 x 6 x 6 metros: 6 metros de ancho por seis de largo por seis metros de alto, con cielorrasos y pisos de machimbre de pino tea.

 

En uno de los libros, el borrador Diario, se lee: «Borrador Diario K de todas las operaciones mercantiles practicadas en la casa de comercio denominada “San Roque” perteneciente a José B. Núñez y Cía. Pdo. Gral. Alvear. Noviembre, 1° de 1891».

 

Es decir que el boliche estaba antes de la llegada del ferrocarril a la estación Emma, -que lleva el nombre de la hija de Salvador María Del Carril propietario de esas tierras-, el que recién llega en 1897 a la estación General Alvear.

 

Herrería de campaña «San Roque»

 

De la lectura de sus movimientos, se deduce que los Núñez Lozano tenían una herrería en el lugar, actividad muy importante para reparar las maquinarias, chatas, carros o los modernos sulkys. Seguro que don José Benito Núñez era un hombre fornido de gruesos brazos porque la herrería necesitaba de mucha fuerza para trabajar en la fragua.

 

La fragua más el conjunto de las herramientas con las que el herrero trabajaba, incluidas la bigornia y el yunque; la bigornia, un pesado bloque de hierro sobre el que se forjaba el hierro caliente que junto con el yunque (un trozo de hierro más dulce) eran imprescindibles para moldear el hierro.

 

Las herrerías estaban anexadas a las fábricas de carruajes y en los libros aparece el arreglo de ruedas, la construcción de bulones, caballetes de hierro, limas; el importe para afilar rejas, la venta o reparación de ruedas de carro, ejes y eslabones; pisos de rastras, tasas y reparaciones de ruedas además de la venta de un sulky completo efectuada el 3 de marzo de 1908.

 

Almacén típico del campo bonaerense

 

El Almacén se encontraba mirando al norte, dentro del mismo campo con una playa grande al frente con los palenques de palos cruzados donde se ataban carros y caballos. No se encontraba a un lado del camino que cubría la distancia hacia Tapalqué, sino que estaba dentro del mismo campo de los Núñez.

 

El almacén tenía dos puertas grandes, dobles. No era en esquina porque estaba adentro del campo, no estaba sobre la calle. Tenía una playa para atar animales, ´con palenques porque en ese tiempo era así, con palenques´. «Adentro era grande con piso de mosaicos con un depósito importante con las bordalezas de vino, ¿viste vo? Y muchas cosas más». Todo era con piso de tablas completo con un sótano hondo, en ese tiempo todos los boliches tenían sótanos, contando con dos piezas con altas ventanas con rejas que daban a un pasillo central techado por el que se accedía a otra galería abierta que comunicaba con la despensa y la matera donde estaba el fogón.

 

El boliche del degollado

 

Si bien los almacenes de campo bien podrían creerse que eran oasis pacíficos en el medio de campo; no era así. El bolichero debía tener una fuerte personalidad porque al vender bebidas alcohólicas, más de una vez alguno se ponía pendenciero con el resto de los parroquianos.

 

Cuentan que durante mucho tiempo se lo conoció como «el boliche del degollado» casi en forma burlona por la vez en la que el bolichero Recaedo persiguió a un molesto mientras amenazaba con degollarlo haciendo ademanes con un gran cuchillo de carnicería sobre su cuello, con tanta mala fortuna y poca inteligencia que casi se degüella a sí mismo.

 

El almacén por supuesto tenía despacho de bebidas con rejas con las que se protegía el cantinero «por si las dudas». En ese tiempo, en cualquier momento y así fuera por una discusión pequeña sobre algo que no estaba normal, o por recelos anteriores, enseguida se desafiaba al contrario y salían para afuera, «uno por cada puerta y ahí se armaba». Así lo cuenta Oscar Ulloque que vivió en la zona, fue a la escuela y recuerda las historias de sus padres y abuelos. Oscar es de Tapalqué, muy amigo de los Franceschini con los que fue vecino junto con muchos otros arrendatarios del lugar, pero cuando partieron los inquilinos, él siguió trabajando en el paraje en la estancia «San Roque».

 

El testimonio de Sengo Balladares

 

Sengo Balladares [3], esquilador, amansador, trabajador itinerante de Tapalqué, llegó a lo de Núnez porque «conchavaban» gente para la cosecha. Entre los contratados estaba un Aranda de Alvear y un hombre alto, flaco, para más datos, negro -afrodescendiente-, oriundo de Bolívar. Como había empezado a llover y no se iba a trabajar, Balladares se fue hasta el boliche «San Roque» con un papelito de compras que le encargó el capataz Pedro Feula.

 

Cuando llega, estaba allí el negro con varias copas de más y ni bien Sengo pisa el umbral le «pega flor de palo en la cabeza» que lo tira al piso. Ante la agresividad del hombre, el bolichero Francisco Mora le pega en la muñeca al negro con un palo y manda un peón a la estancia para avisar a Núñez que los lleva a los dos a la comisaría de Tapalqué donde estaba el comisario Cárdenas. Balladares es trasladado al hospital porque seguía «chorriando sangre como bife e´ corazón» y el negro queda preso y despedido [Capdevila, p. 326. Ver Bibliografía].

 

Años después, vuelve a encontrarse con aquel personaje en el boliche «El Trabuco» cuando estaba trabajando en la estancia «Miramar» de Tapalqué, quién lo vuelve a increpar y amenazar.

 

Pero esta vez, Balladares estaba preparado y tenía «bajo e´ la blusa una fusta e´ bayena cargada con plomo de dos lonjas». Con ella le pegó dos palos con los que lo tiró al suelo y después salió galopando hacia la estancia, para buscar las pilchas y la paga. Al enterarse el patrón, le pregunta qué le pasa y al saber lo sucedido, lo invita a cenar y lo lleva a dormir en la cocina.

 

Cuando llega el negro busca a Sengo «por todos lados pa´ degollarme», pero no en la cocina porque estaba el patrón, relata Capdevila en su libro Cuentos del caminante. Al verlo al negro, el patrón lo para y le dice que en «la estancia se viene a trabajar y no a pelear puesto que las peleas son para el boliche» tras lo cual, lo despide en el acto.

 

Salvado por el patrón continúa trabajando en la estancia y una vez terminado el trabajo, el mismo patrón le aconseja que se vuelva a Tapalqué, pero que dé la vuelta por Hale y de ahí a «El Parche» hasta Alvear, cosa que hace Balladares para nunca más hallar «a aquel negro diablo».

 

Todo para la cocina y el hogar

 

En los libros aparece anotada toda la mercadería que necesitaba la gente en el campo: masas, pasas, galleta, tabaco, jabón «San Roque», azúcar, almidón, piolas, tarros de café «Águila», papel, dulces, especias, aceite «Maravilla», arroz, pimentón, galleta, sal, cuchillos, fideos, ginebra fina, vinagre, harina, jabones varios y loción «R y S». También se venden aperos para el caballo, mandriles y matras, y hasta guitarras y cuerdas romanas.


Portada del libro de Cuentas Corrientes, con el sello húmedo de propiedad, indicando el nombre del comercio, San Roque. Fotografía: Lis Sole.


El almacén «San Roque» ofrecía además un amplio surtido de artículos de tienda y mercería: camisetas, bombachas, botas de cabritilla, alpargatas, botas gruesas, percal por metro, zapatitos ingleses, sombreros, botines, medias de caballero y de dama, pañuelos de seda mejicanos, bramante por metros y franeleta, pañuelos de mano, frazadas, zapatos, sacos de señora, hilos y agujas, servilletas de hilo y peines de distintos tamaños. En distintas hojas se lee un producto denominado «azul de Prusia» que era utilizado para teñir telas.

 

Llaman la atención las compras realizadas por Elisa Callaso el 3 de junio de 1908 -¿se casaba su hija, o «se sacaron la lotería»?, nos preguntamos hoy- porque ese día efectuó una lista muy importante de compras como para «armar» toda una casa; desde coñac y vino hasta media docena de platos hondos y media docena de platos playos de losa, una sopera, un fuentón, un cucharón de alpaca, un cepillo de paja, un par de estribos, media docena de copitas de cristal, tres tazas de loza, siete metros de tela, 4 cajas de broches, 1 kg de ají y medio de pimentón y pimienta; un jarrito, una bombilla de lata, 150 damitas, 2 pares de botines de paño, 4 metros de bombasí, un saco para niño, 48 madejas de hilo, una fuente enlosada, una pieza bramante y café tostado.

 

Entre las ventas a distintas personas aparecen también armas y balas de rifle carga doble, balas «Montecristo» y cajas de «tiros rifle 9 mm» entremezclados con mucho tabaco y copas de licor que se consumían en el «Bar».

 

Boliche: centro bancario, farmacia, correo, estación de servicio y lugar de trueque

         

Los almacenes de campo generalmente cambiaban «los frutos del país» [cueros, lanas y demás bienes producidos por los chacareros] por otra mercadería, así que también figuran las compras, por ejemplo en 1891, de 57 cueros vacíos por 475 kilos y 18 cueros lanares.

            

En un apartado se lee sobre la venta de «elementos para botica» que eran medicamentos para diferentes dolencias, cumpliendo el boliche la función de las farmacias actuales.

            

El almacén también era un Banco porque servía de intermediario para realizar giros contra la «Cooperativa de Hacendados» -entradas de cheques y giros-, o transferencias de dinero como por ejemplo de «Hilario Renovales a Escurra» con una Estafeta Postal que vendía estampillas y por supuesto, el tan necesario combustible de diferentes calidades entre ellos, el kerosene en lata.

  

Pasando libreta de parroquianos

      

Los libros del Almacén «San Roque» dan la posibilidad de ver lo que sucedió hace más de 120 años y permiten imaginar a sus clientes y verlos allí, casi. Con tantos datos y un poco de imaginación es posible sorprender a don Francisco Franceschini, casado y con 14 hijos, fornido, de bombachas y alpargatas comprando el 29 de enero de 1908, 1 kilo de tabaco, ½ litro de alcohol puro y un pañuelo bombasí. En esa época había muchos vecinos y su familia estaba de los dos lados de la calle, «en las chacras de Franceschini».

 

Los clientes del boliche «San Roque»

 

Cantidad de vecinos había en el lugar: muchos que se fueron para siempre; los más se radicaron en Tapalqué, el pueblo ubicado en la cercanía, y otros vinieron a Alvear donde aún vive su descendencia.

            

Numerosos apellidos de nuestra zona han quedado como testimonio en los libros, por entonces vivían en las inmediaciones. Allí están asentados Cecilio Olmos, Juan Sosa, Justo Pais, Camilo Paniagua, Hipólito Lasarte, Ramón Andía, Félix de la Vega, José Burgos, Julia González, Antonio Núñez, Silvano Cufré, Segundo Gutiérrez, Francisco Suárez, Ángelo Santos, Antonio Martínez, José F. Mora, Juan Altavelapiz, José Tojo, Natalio Ezcurra, Pedro Harichet, Ana S. de Gómez, Pedro Bourdieru; Valeriano Gangoso que después se mudó para el Chumbeao, Miguel Retama, Tomás Foqui, Pío López, Luis Panessi, Diógenes Domingo Tesan, Venancio Manrique, Juan Boldomon, Francisco Francesquini, Felipe Uballes, Hilario Renovales, Marcelino Allen, José Gómez, Benito Varela, Juan Casenave, Fernando Suárez, Mauricio Vásquez, Pedro Bourdieu, Samuel Andía, Venancio Manrique,  Juan Carlos Giribone, Augusto Castes, Bernardo Lequerre, José R. Campón, Juan Mannont y Elisa Collaso entre otros.

            

Los Núñez Lozano pasan al pueblo de General Alvear más tarde y «abren un hotel a cuatro cuadras de la plaza» continuando en el ramo durante mucho tiempo, pero… ésa es otra historia.

 

Los boliches como centros de cultura e historia

 

Larga la historia del boliche «San Roque» pero lo amerita porque fue centro comercial, de esparcimiento y refugio de muchas generaciones con historias entrecruzadas con la gran familia de los Núñez Lozano.

            

Argentino Luna lo describió como nadie: «mirar primero lo que se tiene aquí», en nuestro pago chico, en la patria chica. Romper los boletos y mirar acá nomás cerquita y ver lo lindo que es nuestro pueblo, su paisaje, su historia, sus lugares, su gente y de verdad observar «un cielo limpio repartiendo estrellas», con historias reales de boliches de campo alvearenses.

 

Agradecimientos:
Como siempre, muchas personas participaron en la construcción de este artículo: Oscar Ulloque, Rosa Franceschini, Oscar y Norberto Mammarella, María La Vasca Ripa, Sra. Ripa de Mammarella, Flaviana Mammarella; nuestro recordado Mariano García Errecaborde y tantos otros que acercaron mapas, ayudaron a pensar e invirtieron tiempo y esfuerzo para rearmar la historia del boliche «San Roque» de Núñez Lozano.

   

Notas:

[1] Partido de la provincia de Buenos Aires ubicado al centro de la misma, a 220 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.

[2] Anuario Kraft. Gran Guía internacional del Comercio y la Industria. Tomo 3. 1942. Página 740.

[3] Sengo Balladares es el personaje principal de “Cuentos del caminante” de Capdevila.


Bibliografía: 

- Familysearch. Búsqueda de registros de nacimiento, bautismo, matrimonio y defunciones de los descendientes de Juan Núñez y Bernarda Núñez.

- Argentino Luna (1941-2011), “Mire qué lindo mi país paisano”.

- Las antiguas herrerías y su aporte a la industria nuevejuliense. Diario “El 9 de Julio”.

- Libros Diarios de Comercio del Almacén «San Roque» desde 1891 a 1908. Archivo del Museo de Tapalqué.

- Darío Rafael Capdevila, Cuentos del caminante, Tapalqué, Ediciones Patria, 2003.

- Gregorio Edelberg, Atlas de Partidos de la Provincia de Buenos Aires. 1929.

- Archivo Catastro de General Alvear.

- Anuario Kraft. Gran Guía internacional del Comercio y la Industria. Tomo 3. Buenos Aires, 1942, pág. 740.


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