Hace pocos días el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires [Malba] anunció una incorporación que revoluciona la escena local de las artes visuales. Su fundador, Eduardo F. Costantini, adquirió la colección Daros Latinamerica, compuesta por 1233 obras de 117 artistas de la región, principalmente producidas entre las décadas de 1950 y 2010. Con esta incorporación el museo casi duplica su tamaño, ubicando su colección entre las más importantes y extensas del mundo, a la vez que se tornará el museo, como declara Rodrigo Moura, Director Artístico del Malba «como la principal colección de arte latinoamericano contemporáneo abierta al público en el continente, una posición que el museo ya ocupaba en el campo del arte moderno».
Esta adquisición sin precedentes se anuncia con vistas al 25º aniversario del museo, que se celebrará el 21 de septiembre de 2026, y forma parte de una expansión estratégica del Malba, que incluirá la ampliación de su edificio bajo la plaza República del Perú -adyacente al actual edificio- lo que significa otra duplicación, en este caso, de sus metros de exhibición.
La colección Daros Latinamerica fue creada en 2000 por la coleccionista suiza Ruth Schmidheiny, conjuntamente con su entonces esposo, el empresario y filántropo Stephan Schmidheiny. Su objetivo principal fue documentar, conservar y difundir el arte contemporáneo producido en América Latina, dando visibilidad a movimientos, medios y narrativas propias de la región fuera de sus fronteras. Desde su creación, la colección estuvo radicada en Zúrich, donde funcionó como un centro de exhibición y estudio para el arte latinoamericano en Europa. Entre 2002 y 2011, estuvo a disposición del público en un museo propio en Zúrich, donde se realizaban dos grandes exhibiciones anuales con catálogos curados que ayudaron a difundir las obras seleccionadas y su análisis académico. Y a partir de 2006, la Colección desarrolló Casa Daros en Río de Janeiro [Brasil] como una plataforma regional para exhibiciones, performances, charlas, talleres y proyectos educativos.
La incorporación de este gran conjunto enriquece el acervo de Malba en períodos y movimientos artísticos importantes de la colección —como la abstracción geométrica, la nueva figuración y el arte conceptual—, e ingresa obras icónicas de artistas fundamentales de América Latina que aún no estaban representados. Nos referimos por ejemplo a las emblemáticas obras de Doris Salcedo de las décadas de 1990 y 2000, junto a piezas icónicas de Carlos Cruz-Diez, como Fisicromía 2, de 1959, y un grupo de creaciones tempranas de Jesús Rafael Soto. Estos consagrados autores son sólo tres de un total de 75 artistas que se unen por primera vez a las colecciones de Malba y Eduardo Costantini.
Además, la incorporación suma importantes conjuntos de obras de figuras históricas como Julio Le Parc, Lygia Clark, Gego, Antonio Dias, Maria Freire, Liliana Porter, Mira Schendel y Luis Camnitzer, las que ingresarán junto a piezas como Relevo espacial, de 1959, de Hélio Oiticica; Analogía I, de 1971, de Víctor Grippo; Untitled [Glass on Body Imprints], de 1972, de Ana Mendieta; Missão/Missões [Como construir catedrais], de 1987, de Cildo Meireles; o La cena, de 1993, de Belkis Ayón.
Como es de imaginar, el enorme acervo que llega al Malba, ampliará significativamente la representación de la fotografía, el video y la instalación con obras de Ana Mendieta, Rosângela Rennó, Paz Errázuriz, Marcos López, José Alejandro Restrepo, Alfredo Jaar, Javier Tellez o Melanie Smith.
Y otro dato de enorme valía, los extraordinarios conjuntos de creaciones de artistas como Julio Le Parc, Liliana Porter, Luis Camnitzer, Guillermo Kuitca, Luis Benedit o Waltercio Caldas, entre otros, que se suman al patrimonio ya existente en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, permitirán realizar grandes exposiciones panorámicas, convirtiendo este acervo en un recurso fundamental para la investigación.
Las distracciones de Dagoberto, obra maestra de Leonora Carrington de 1945. Fotografía gentileza Malba.
Recordemos que esta magna incorporación se suma a otras dos que, aunque efectuadas el año pasado, repercutieron enormemente en el crecimiento del capital artístico de Malba, así como en el mercado internacional del arte. Nos referimos a las obras de Leonora Carrington, la escultura La Grande Dame [también llamada La mujer gata], comprada a finales de 2024 en Sotheby’s de Nueva York, en casi 11,4 millones de dólares; y Las distracciones de Dagoberto, una de sus pinturas más importantes, adquirida por 28,4 millones de dólares, alcanzando con este valor el récord de subasta para la artista. Estas dos obras maestra pueden ya disfrutarse en Malba, esperamos que pronto lo mismo ocurra con la Colección Daros Latinamerica.
«Sin coleccionistas no hay mercado, sin mercado no hay circulación, y sin circulación no hay historia viva del arte»
La noticia aquí comentada se expandió por los medios en todo el país y el sábado 27 de noviembre, una editorial del diario La Nación [de allí tomamos el título que antecede este comentario] logró contextualizar su relevancia y mensaje «sobre una figura a menudo incomprendida y, no pocas veces, injustamente sospechada: la del coleccionista privado»:
«Lejos de ser meros acumuladores de bienes, los grandes coleccionistas han actuado como custodios temporales de la memoria cultural, asumiendo riesgos económicos, responsabilidades materiales y decisiones intelectuales que los Estados -por incapacidad, desinterés o falta de recursos- no siempre estuvieron en condiciones de asumir.»
Señala el editorialista, que «cada vez que un proceso de este tipo ocurre, surgen voces que reclaman una mayor injerencia estatal en el mercado del arte y de las antigüedades, invocando nociones amplias y a menudo imprecisas de “patrimonio cultural”. Ese impulso merece ser examinado con cuidado. Confundir protección con injerencia, y tutela con control, es un error conceptual grave».
«Proteger el patrimonio cultural no significa estatizarlo ni congelarlo -precisa. Significa crear condiciones para que quienes coleccionan con conocimiento, pasión y responsabilidad puedan hacerlo sin temor, sabiendo que su tarea -lejos de ser sospechosa- es una de las formas más antiguas y eficaces de cuidado de la cultura».
Breve y preciso, el texto aquí resumido le da perspectiva a una gran noticia. La férrea voluntad de Eduardo Constantini alumbra el camino de un coleccionismo serio y responsable.



