Cuchara de albañil masónica. Buenos Aires. 1858.

Importante símbolo masónico. Con su mango de madera torneada y pala de acero, con la leyenda “11 de Septiembre de 1858” contenida entre los cuatro puntos en cada extremo. 

Medidas.  Largo: 13 cm.

La masonería en Argentina tiene una larga historia, reconociéndose su fundación oficial el 9 de marzo de 1856 con la apertura de la logia madre “Unión de la Plata”, la que dependía del Supremo Consejo del Uruguay, creándose el primer Supremo Consejo y Gran Oriente Argentino el 22 de abril de 1858, con su Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo y Gran Maestre del Gran Oriente, el abogado José Roque Pérez, quien solicitó el 13 de setiembre de 1858 -en nombre de todos los “hermanos” argentinos- al Supremo Consejo del Uruguay, la “regularización” del Gran Oriente y del Supremo Consejo para la República. Ocho días más tarde de aquella solicitud, se le concedió la carta constitucional a la masonería argentina.

La fecha marcada en esta cuchara de albañil -denominada trulla entre los masones (1)- corresponde a las horas previas al envío dirigido a los “hermanos” uruguayos, y siendo esta herramienta un símbolo de enorme relevancia, bien vale pensar que está íntimamente vinculada a la génesis de la institucionalidad masónica en nuestro país. La cuchara es la herramienta que se utiliza para construir; entre los masones implica mantener la concordia y la armonía en los trabajos aunando voluntades mediante el goce por estar juntos en las deliberaciones y en la camaradería de la construcción: con ella se llega a las soluciones que son aceptables por todos, conforme al interés común.

Nota: 1. En el relato de la masonería universal, cuando se destruyó por segunda vez el templo de Salomón, el pueblo de Israel se fue por 40 años al desierto donde nació Zorobabel, quien traba amistad con Darío, el hijo de Ciro El Grande, quien a su vez le solicita a su padre que ayude a reconstruir el templo. Este acepta, pero ante la imposición de que le comparta los secretos de su pueblo, Zorobabel lo rechaza… y pese a todas las amenazas, no acepta entregarlos. Finalmente Ciro El Grande muere, y su hijo acuerda ayudarlo para reconstruir el templo, y le indica que, ante los riesgos inminentes, deberá hacerlo con la espada en una mano y la trulla en la otra. Aquel templo se reconstruyó por segunda vez, y nuevamente destruido jamás se pudo levantar.