“Si tomas una lata de sopa Campbell´s y la repites cincuenta veces, es que una imagen retiniana no te interesa. Lo que te interesa es el concepto de poner cincuenta latas Campbell´s en una tela”, dijo Marcel Duchamp a propósito de una de las obras que más definirían la gestualidad de Andy Warhol como representante de un arte Pop lejano a su aparente facilismo. En el mismo sentido, podríamos parafrasear: “Si tomas una imagen de una niña soltando un globo y la destruyes, es que la imagen de esa niña con ese globo no te interesa. Lo que te interesa es el estrago…”
La trayectoria de Banksy está atravesada por un impulso de socavamiento de las instituciones desde una posición paradojal: no mantiene su crítica al margen de esas instituciones, sino que se infiltra en ellas conservando a resguardo una identidad que mutó de grafitero anónimo del sur de Inglaterra cuya fecha de nacimiento se supone en torno a 1974, a marca registrada con capacidad de extender certificados de autenticidad desde su propio estudio, Pest Control, y con producciones que alternan diferentes técnicas no exentas del elemento performativo. “El amor está en el tacho” es la última obra producida por el artista que parece continuar esa línea de complejidad.
La biografía de la pieza comienza el 5 de octubre de 2018 cuando Oliver Barker, subastador de la casa Sotheby´s, bajó el martillo por tercera vez y dio por vendida la obra “Niña con globo” en una suma que superó por poco el millón de libras en el marco de la tradicional subasta de arte contemporáneo de la casa. En ese momento se activó un dispositivo oculto en el marco dorado de la obra que comenzó a desplazarla hacia abajo y cortó en tiras la mitad inferior del lienzo ante la mirada de los allí presentes. He ahí la ficción del estrago.
Empleamos la palabra estrago por su doble condición. Estrago es sinónimo de daño, como aquel causado de manera irrevocable en la materialidad de “Niña con globo”. Sin embargo, el término también responde a cierta atracción, admiración provocada a un grupo de personas. Y es que lejos de generar el rechazo de un mercado del arte que vio impactada la oferta de un lote en las condiciones estipuladas por catálogo, el resultado fue el inverso: según un comunicado de la casa Sotheby´s la compradora, cuya identidad se mantiene en reserva hasta la fecha, creyó ver en ese acto un momento singular en la historia del arte, conservó la pieza e hizo su apuesta: el 14 de octubre pasado, otra vez como parte de la subasta de arte contemporáneo de la misma firma, presentó la ahora re titulada por el autor “El amor está en el tacho”, lote 7 del catálogo correspondiente, y la vendió por un total de dieciséis millones de libras que superó el estimado de cuatro millones iniciales, suscitó diez minutos de puja entre nueve ofertantes en sala e interesados al teléfono, y la convirtió en el nuevo precio récord del artista.
Y el 5 de octubre de 2021, otra vez se ofreció a la venta, ya con el plus de la performance.
Siempre en Sotheby´s. Esta vez su valor trepó a 25,4 millones de dólares.
¿Qué es, entonces, “El amor está en el tacho”? La pregunta no tiene una respuesta directa, aunque podemos ensayar una alternativa y proponer simplemente lo que no es: un residuo. Aquello en lo que aparentemente se había transformado esa niña con el globo liberado al viento devino una obra nueva producto de un acto performativo que construyó otro horizonte de sentido desde una apariencia destructiva que nos obliga a volver a Duchamp: no es la materialidad de la obra destruida la que gana protagonismo sino el gesto de la destrucción en tanto momento creativo. “El amor está en el tacho” es, entonces y a la vez, una pieza con materialidad específica que le adeuda su estatuto al arte conceptual, un vestigio de la anterior “Niña con globo”, que lejos de estar anulada, anida “transfigurada” en esta nueva identidad; es documento histórico de un acto performativo y es testimonio de la imprevisibilidad del arte contemporáneo.
Pero también, recuperando esa vocación paradojal atribuida a Banksy, “El amor está en el tacho” es evidencia de la capacidad del mercado de absorber corporalidades complejas en las que lo simbólico juega un rol decisivo, y de funcionar como escena en la que el arte y sus espectáculos se sobreimprimen con la historia del arte jugando con sus certezas, coqueteando con sus ficciones y estragando a sus protagonistas a uno y otro lado de la tarima.