El hombre
Agustín P. Justo nació en Concepción del Uruguay, por entonces capital de la provincia de Entre Ríos, el 26 de febrero de 1876. Hijo de Agustín Pedro Justo, quien fuera abogado, legislador y gobernador de la provincia de Corrientes. Su madre fue Otilia Rolón Onieva, de una tradicional familia correntina.
Contra la voluntad de su padre, Justo ingresó al Colegio Militar de la Nación y como cadete, junto con varios de sus condiscípulos, participó en la Revolución del Parque, tomando las armas de la guardia para sumarse a la columna de los revolucionarios. Arrestado y luego amnistiado, egresó en 1892 con el grado de alférez de artillería. Coronel a los 37 años pasó por todos los grados hasta retirarse como general de división.
Sin abandonar la carrera militar, cursó estudios de ingeniería en la Universidad de Buenos Aires, de la cual egresó como ingeniero civil en 1903, y un decreto gubernamental homologó su título al de ingeniero militar en 1904.
Fue nombrado profesor en la Escuela de Aplicación para Oficiales y dos años más tarde fue propuesto para las cátedras de matemáticas en el Colegio Militar y de telemetría y telegrafía óptica Escuela Nacional de Tiro, que se le concederían en 1907. Sobre esa base tuvo una fructífera carrera académica.
Se desempeñó, sucesivamente, como director del Colegio Militar [1915-1922], ministro de Guerra de la presidencia Alvear [1922-1928], y presidente de la República durante el período constitucional 1932-1938.
El 1° de diciembre de 1900 contrajo matrimonio con Ana Encarnación Bernal Harris [1878-1942], con la que tuvo siete hijos. Uno de ellos, el favorito de su padre, fue el teórico político trotskista y escritor Liborio Justo [1902-2003].
Falleció en Buenos Aires, inesperadamente, el 11 de febrero de 1943.
Origen y formación de la Biblioteca
Hasta el año 1930, el general Justo tenía en su casa no más de un centenar de libros, de carácter técnico sobre ingeniería y táctica militar. Los libros que recibía como obsequio de autores, por su vida pública, pasaban a la biblioteca que su hijo Liborio iba formando en el departamento independiente que ocupaba en los fondos de la misma casa paterna. El general Justo estaba retirado, cuando invitado por su hijo Liborio comenzó a concurrir a remates de libros, de modo que Liborio seleccionaba los volúmenes y formalizaba las posturas, que su padre pagaba. Liborio recordaría al respecto: «A comienzos del año 1930 con motivo de haber obtenido una beca que me proporcionaba la oportunidad de un viaje a los Estados Unidos, antes de partir, mi padre me solicitó todos mis libros para llenar las estanterías que había hecho construir en su despacho del primer piso de su casa. Dado que buena parte de esos libros le habían sido dedicados o los había pagado en los remates, me consideré obligado a hacerlo, venciendo un sentir personal que me llevaba a considerarlos míos. A ellos se vinieron a agregar una buena cantidad sobre historia de Chile, que yo había seleccionado en Santiago en un rápido viaje allí, antes de salir para Nueva York, que no había podido pagar, lo que hizo él» [1].
El General concurrió durante los días comprendidos entre el 2 y el 12 de agosto de 1930, al local de la casa Naón y Cía. de la ciudad de Buenos Aires, calle Bartolomé Mitre 757, a la venta pública de la bibioteca del doctor Estanislao S. Zeballos, donde adquirió importantes lotes y parte de su mapoteca. Allí conoció al librero Julio Suárez. Liborio recuerda haberle comentado su padre que en dicho remate sostuvo una reñida puja con otro adquirente, ambos interesados por un libro rarísimo y de elevado precio al cual, finalmente y con mucha pena debió ceder Justo, por cuanto la compra importaba un sacrificio económico. A las pocas horas del hecho que consideraba como una pérdida irreparable, recibía en sus propias manos, a título de obsequio, el codiciado ejemplar con una tarjeta del comprador por interpósita persona, don Elpidio González, su público adversario político, quien se desempeñaba a la sazón como ministro del Interior del presidente Hipólito Yrigoyen. La revolución del 6 de septiembre que sobrevino días después y en la cual Justo participó activamente al lado de Uriburu, impidió que el generoso gesto del hombre caído en desgracia a raíz del vuelco del gobierno radical, tuviera una digna retribución.
En los 12 años subsiguientes, hasta la muerte del general Justo, Suárez, que era un experto bibliógrafo y titular de la librería «Cervantes» -ubicada en Lavalle 558, en cuya trastienda se reunía al atardecer una erudita tertulia-, continuó gozando siempre de la confianza de su cliente y fue el abastecedor casi único y permanente de su colección. Tenía libre acceso a la misma y la conocía en todos sus detalles por haberla ordenado y catalogado totalmente en sendos ficheros, uno por autores y otro temático. Intervino, de este modo, en la mayoría de las adquisiciones de sus obras, algunas de ellas rodeadas de curiosos contornos y cuya historia –dijo alguna vez a Buonocore- le estaba vedado revelar.
Liborio habitaba un pequeño departamento independiente o aislado, de dos habitaciones y baño, en los fondos del inmueble de Federico Lacroze, completamente separado del resto de la casa y usaba la puerta de servicio, por lo que rara vez veía a su padre, respecto de quien ha expresado: «Con mi padre tuve solamente la vinculación de vivir en su casa», «estoy seguro de que nunca leyó ningún libro» y negó que fuera el autor de la introducción a las obras completas de Mitre, pese a firmarla, autoría que adjudica a su amigo Mariano de Vedia y Mitre.
Organización de la Biblioteca
Considerada como una de las más valiosas colecciones en el género, no solo del país sino también del continente, la biblioteca del general Justo se hallaba distribuida en cuatro habitaciones de su residencia propia de la calle Federico Lacroze 2154 de la Capital Federal. El gran salón [de 26,30 m. x 4,50 m], estaba revestido en sus paredes por una estantería de roble de Slavonia de dos cuerpos: uno bajo, de dos líneas de estantes, y otro alto, de siete líneas y una extensión de 61 metros. El salón chico [de 9,50 x 4 m], tenía 27 metros corridos de estanterías y las dos salas a la calle, también cubiertas de volúmenes, medían 5,50 x 4 m, y 4 x 3 m.
Agustín P. Justo en su escritorio con la biblioteca que lo circunda. Buenos Aires. 1941. Fotografía: Archivo General de la Nación.
El caudal bibliográfico ascendía a más de 28000 volúmenes, de cuyo fondo más del 90% correspondía a obras americanas o referentes a América, tanto clásicas como modernas, especialmente relativas a historia, geografía, etnografía, lingüística y crónica religiosa. Demos una rápida mirada a sus secciones.
El fondo de historia americana poseía la serie completa de cronistas coloniales del Río de la Plata, comenzando por la primera edición de los Comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca [Valladolid, 1555], la serie completa de historiadores españoles de las Indias Occidentales, destacando la Historia general de los hechos castellanos en las islas y tierra firme, de Antonio de Herrera [Madrid,1725-1730] y su traducción francesa, [París, 1660-1671]; y valiosas obras como Primera y segunda parte de la historia del Perú por Diego Fernández [Sevilla, 1571], La primera parte de los Comentarios Reales de Garcilaso [Lisboa, 1609], la segunda edición de la Historia natural y moral de las Indias del padre Acosta [Barcelona, 1591], la Relación de la destrucción de las Indias del P. Bartolomé de las Casas [1612] y la edición original del Tratado comprobatorio [Sevilla, 1552], sin olvidar la casi inhallable Descripción chorographica… del P. Pedro Lozano [Córdoba (España), 1733].
Tenían su sección propia los cronistas conventuales y las obras de índole catequística.
En la sección lenguas americanas, formada por obras de lingüística, filología, gramáticas y vocabularios de lenguas indígenas, destacaban por haber sido impresas en las Misiones Guaraníticas la Explicación del catecismo en lengua guaraní por Nicolás Yapugay [Santa María La Mayor, 1724], que según Mitre apareció en el comercio de libros antiguos solo una vez, el año 1854 en Londres y era «el quinto incunable de la imprenta guaranítica y su mejor producto tipográfico», y el Tesoro de la lengua guaraní de Antonio Ruíz de Montoya [Santa María La Mayor, 1724]. Le seguían la Gramática y arte nuevo de la lengua general del Perú [Lima, 1607] y Vocabulario de la lengua [Lima, 1608], ambas del P. Diego González Holguín; Arte de la lengua general del Inga de Esteban Sancho de Melgar [Lima, 1691], El arte de la lengua moxa con su vocabulario y catecismo del P. Pedro Marbán [Lima, 1701], y el Arte y vocabulario de la lengua quichua del P. Diego de Torres Rubio [Lima, 1754].
Muchos ejemplares de la sección dedicada a obras de viajes, especialmente relativos a América del Sur, y libros de descripciones geográficas, fueron adquiridos personalmente por su dueño en librerías europeas, pero la mayor parte de ellas procedían de la famosa colección de Carlos A. Tornquist, de Buenos Aires, a quien le fue adquirida íntegramente. Allí podían encontrarse todas las ediciones de Vera Historia de Ulrico Schmidel, desde una latina por Levinus Hulsius [Nuremberg, 1599] hasta la versión castellana de Edmundo Wernicke [Buenos Aires, 1938]. Otras obras notables del género: Novus orbisseu descriptiones Indiae…de Juan de Laet [Leyde, 1633]; Collectiones peregrinationum in Indian…de Theodoro de Bry [Frankfurt, 1696]; Voyages and travels into Brasil an the East-Indies de Nieuhoff [London, 1703]; Voyage to Buenos Aires and from by land to Potosi de Acarete du Biscay [London, 1716]; Relación histórica del viaje a la América Meridional de Jorge Juan y Antonio de Ulloa [Madrid, 1748]; varias ediciones en francés e inglés de la «Relation du Voyage de la mer du Su aux cotes du Chili et du Pérou» por Antonio Frezier; Geographie de Strabon [París, 1805-1819]; Description physique de la République Argentine de H. Burmeister [París, 1876-1878]. El material bibliográfico se complementaba con una importante colección de mapas antiguos y modernos de diversos países americanos, planos, grabados coloniales, etc.
En la sección destinada a las publicaciones salidas de la Real Imprenta de Niños Expósitos estaba casi toda la copiosa bibliografía de Fray José Antonio de San Alberto, destacando la Carta que escribió a los indios rebeldes chirihuanos en 1788, y la Carta Pastoral de 1791, ejemplares con el ex libris de la Biblioteca de Congregación del Oratorio de Sucre, y la edición de El contrato social, por Juan Jacobo Rousseau, publicado en dos partes por el Dr. Mariano Moreno, quien firma la introducción.
En la colección de álbumes iconográficos destacaban la edición original de las acuarelas de Emeric Essex Vidal [London, 1820]; las dos series de Trages y costumbres de la Provincia de Buenos Aires por César Hipólito Bacle [1830, 1833 y 1835]; Trages y costumbres de la Provincia de Buenos Aires por Gregorio Ibarra [1839]; Recuerdos del Río de la Plata por Carlos E. Pellegrini [1841]; uno de los pocos ejemplares completos conocidos del Album de Vistas y Costumbres Argentinas que publicó el pintor veneciano José Aguyari; y Escenas Americanas de Pallière [Buenos Aires, 1864-1865]. Entre los álbumes extranjeros cabe destacar Recuerdos de Lima por A. A. Bonnafé con litografías de E. Pruegue [París, 1856]. Vistas de Buenos Aires y otras ciudades americanas formaban un extenso conjunto de grabados, acuarelas, dibujos, óleos, litografías, etcétera.
En la sección dedicada a las obras de lujo, donde se destacaban las ediciones de la Sociedad de Bibliófilos Argentinos y un ejemplar del Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, impreso especialmente para Vicente y Lolita Almandos Almonacid, con dedicatoria del autor y acuarelas originales de Alberto Güiraldes; abundaban además, las obras de bibliófilo pertenecientes a autores literarios de Francia. Notable por su belleza era el ejemplar [de una tirada de 110 sobre papel vitela Arche] de Le Cantique des Cantiques [Paris, 1925], ilustrado por François-Louis Schmied, artista importante del estilo Art Déco, particularmente en el área de publicaciones para bibliófilos. Pintor, xilógrafo, impresor, editor, ilustrador y encuadernador, Schmied, nacido en Ginebra [Suiza] en 1873, y establecido en Francia se nacionalizó; finalmente se exilió en Marruecos alrededor de 1931 o 1932 donde falleció en 1941.
Las publicaciones periódicas provenían en su mayor parte de la hemeroteca que había perteneció a Juan Silvano Godoi, a quien le fue adquirida en Asunción del Paraguay por el librero Julio Suárez en nombre del general Justo. La Gaceta de Buenos Aires [1810-1821], fundada por Mariano Moreno, además de tratarse de la edición original completa tenía intercalados cronológicamente 245 boletines, bandos, proclamas y manifiestos impresos en la época. La colección de La Gaceta Mercantil [Buenos Aires, 1823-1852], uno de los pocos periódicos que se sostuvo durante toda la época de Rosas, estaba formada por 52 volúmenes, y era la colección más completa conocida, pues solo le faltaban 130 números para integrar totalmente la serie. Su último número, el 8473 correspondiente al 3 de febrero de 1852, que según Zinny no fue repartido «por haberse hallado todos los ciudadanos sobre las armas», es la pieza que alcanzó la más alta cotización en el inventario judicial de la Biblioteca Justo, pues fue tasada en la suma de dieciséis mil pesos. Del Archivo Americano y Espiritu de la Prensa del Mundo [Buenos Aires, 1843-1851], redactado por Pedro de Angelis en texto trilingüe, el ejemplar de la Biblioteca Justo comprende los años 1847-1851, en doce volúmenes.
Entre las colecciones de revistas llamaban la atención el rarísimo volumen de 248 páginas de la Revista de Valparaíso, redactada por Vicente Fidel López durante su destierro en Chile [Valparaíso, 1852], único ejemplar conocido en el país que había pertenecido al famoso librero y bibliófilo porteño Carlos Casavalle; los Anales de la Universidad de Chile [1843-1942] y los 88 volúmenes de la Revista chilena de historia y geografía, [Santiago de Chile,1911-1942]. Muy importantes también los 114 volúmenes de la Revista del Instituto Histórico e Geográfico Brazileiro; la Revista Peruana, de Paz Soldán y la llamativa Amauta, fundada en Lima por José Carlos Mariátegui.
De los corpus documentales merecen recordarse la valiosa Colección de documentos inéditos relativos al descubriminto, conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía, [Madrid, 1864-1884]; y Documentos para el estudio de la vida pública del libertador de Colombia, Perú y Bolivia, publicados por José Félix Blanco y Ramón Azpurúa, [Caracas, 1875-1877].
La sección manuscritos contaba con los trece volúmenes de la Historia del Perú por Juan Basilio Cortegana, fechados en 1848, que habían pertenecido al historiador peruano Emilio Gutiérrez de la Quintanilla, a un hijo del cual se los compró el librero Julio Suárez. Otro manuscrito de gran significado histórico era el Libro de Órdenes del Ejército de los Andes [Santiago de Chile, 22 de febrero de 1817 hasta el 27 de julio de 1818], que quedó en poder de una de las hijas del general Justo. Además, se registraban numerosas cartas y manuscritos originales procedentes del archivo particular del doctor Carlos Tejedor, que le habían sido obsequiados al general Justo por el doctor Juan R. Beltrán.
Ex libris
Ex libris de Agustín P. Justo. Los libros y encuadernaciones con documentos que llevan su identidad hoy se preservan en la Biblioteca Nacional del Perú. Fotografía: Fuente BNP Digital / Biblioteca Nacional del Perú.
Sobre fondo blanco, en color azul y en la cartela superior la leyenda «Ex libris»; en la existente en la parte inferior la leyenda «Agustín P. Justo». En el centro una figura femenina con una lanza en la mano derecha, y con la izquierda tiene tomada la de un niño; en el fondo de la escena un sol flamígero que en su centro dice «Paz». Debajo un libro abierto en el cual está surmontada la palabra «Lex» y sobre ella descansa cruzada una espada. En ambos laterales una palma.
Destino de la Biblioteca
Lo que sucedió con la biblioteca del general Justo con posterioridad a su fallecimiento es referido por Jorge Basadre, Director de la Biblioteca Nacional del Perú: «La adquisición que representa el máximo esfuerzo en esta etapa de la tercera vida de la Biblioteca Nacional es la de la biblioteca que perteneció al ex Presidente de la Argentina, General Agustín P. Justo. Durante muchos años este político y militar argentino reunió en su casa libros, especialmente los referentes a América del Sur. En cierta forma, continuó así una tradición iniciada por otro militar y político de su país, Bartolomé Mitre. Tuvo agentes activos en diversas capitales americanas y europeas, y su bibliotecario, el librero de Buenos Aires Julio Suárez fue su consejero experto. Cuando en 1942 visité Buenos Aires, tuvo el General Justo la gentileza de invitarme a su casa, a donde acudí acompañado por dos amigos inolvidables: Francisco de Aparicio y Antonio Aita. Allí pude admirar algunas de sus joyas bibliográficas y ví las refacciones que estaba realizando para dar más amplitud a las estanterías. Al fallecer el General Justo en 1943, la familia ofreció sus libros al Gobierno argentino, el que, no obstante informes favorables de don Gustavo Martínez Zuviría, Director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, y de don Carlos Ibarguren, Presidente de la Comisión Nacional de Cultura, se negó a a la compra por no haber partida en el Presupuesto» [2].
La versión de Basadre es exacta. [VER] Muerto el general Justo a principios de 1943, los herederos ofrecieron en venta al gobierno argentino la referida colección por el precio de 520.936 pesos, sobre la base del prolijo recuento judicial que se practicó de la misma en el año 1944, operación para la que fueron designados el doctor Mariano de Vedia y Mitre, el historiador José Torre Revello y el librero Julio Suárez, quienes después de justipreciar analíticamente pieza por pieza, la tasaron en esa elevada suma para la época [3]. Pero el poder ejecutivo, no obstante los informes favorables del director de la Biblioteca Nacional, doctor Gustavo Martinez Zuviría y del presidente de la Comisión Nacional de Cultura, desestimó la oferta, alegando para ello falta de recursos. Ese acto negativo de voluntad se concretó en la siguiente resolución del entonces ministro doctor Alberto Baldrich, de 8 de agosto de 1944: «Considerando que la suma en que ha sido tasada la colección que se ofrece importaría al Estado una erogación cuantiosa; que, por lo demás, no existe en el presupuesto general en vigor partida alguna a la cual pudiere imputarse el gasto, el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública resuelve: 1° No aceptar el ofrecimiento formulado por los herederos del señor general Agustín P. Justo; 2° Comuníquese a quien corresponda, anótese y archíve. La comunicación oficial a los interesados de la precedente resolución fue hecha por el subsecretario de Cultura, doctor Ignacio B. Anzoátegui.
Rechazada por el gobierno la oferta de los herederos se pensó venderla en bloque a alguna institución privada o persona dispuesta a conservarla in totum, para no desmerecer su unidad y armonía. Todo fue en vano y los tratos iniciados con varios interesados, entre ellos el escribano Oscar Carbone, conocido bibliógrafo, no dieron ningún resultado concreto.
Continúa Basadre: «La biblioteca Justo fue entonces ofrecida fuera de la Argentina, interesándose por ella algunas instituciones norteamericanas» [4]. En efecto. Se interesaron, también, varias entidades culturales de Estados Unidos de América y, de modo especial, la Universidad de Texas. «Es evidente – dice Liborio Justo – que realizando un remate o, desde luego, aceptando la propuesta norteamericana, pagada en dólares, se hubiera podido obtener por la biblioteca una suma superior a aquella en que había sido tasada judicialmente. Pero no estaba en el propósito de ninguno de sus depositarios lucrar con un acervo cultural de esa naturaleza, y, particularamente, dentro de mi voluntad, jamás hubiera permitido que él fuera llevado a los Estados Unidos, que iban a utilizarlo para fortalecer sus armas de penetración imperialista».
Prosigue Basadre: «A su paso por Buenos Aires, a comienzos de 1945, el R.P. Rubén Vargas llevó a conocimiento del Presidente Prado, recibiendo las más amplias seguridades de que el Gobierno peruano se interesaría por la compra. Puesto en relación con el señor Julio Suárez para obtener más detalladas informaciones de la biblioteca y de su precio, al tomar el asunto carácter oficial, intervino el Encargado de Negocios en Buenos Aires, Dr. José Jacinto Rada, con gran actividad y entusiasmo. La familia Justo, ante una gestión del Dr. Rada, manifestó su complacencia ante la posibilidad de que vinieran a la biblioteca que San Martín fundara, los libros reunidos por el General, que lo era también del Ejército peruano, a raíz de su visita al Perú en las fiestas del centenario de la batalla de Ayacucho. La compra fue, al fin, formalizada por el Dr. Rada y recibidos los libros según el inventario que sirviera para la tasación en el expediente de declaratoria de herederos» [5].
Intervinieron aquí abnegadamente -continuamos con el relato de Baldaserre-, los señores Alberto Soto de la Jara, Fermín Cisneros, Augusto Dammert León, de la Embajada peruana en Buenos Aires, a quienes la Biblioteca Nacional trasmitió y renueva el testimonio de su gratitud. Demoró algún tiempo el encajonamiento de los libros, su traslado a la Embajada [6] y su embarque en el vapor nacional “Rimac”. Con raro espíritu cívico, el Dr. Manuel Vicente Villarán asumió en forma voluntaria y abnegada la misión de obtener de una serie de instituciones y de particulares acaudalados, su cooperación para ayudar al Estado a subvenir los gastos que la biblioteca Justo demandó, tanto en su adquisición misma, como en su acondicionamiento y en su envío a Lima. La lista de los donantes aparece en otro capítulo de esta misma memoria» [7].
Aportemos, en cuanto a esto que con motivo de la compra de la biblioteca Justo, los particulares contribuyeron con S/.307.500 y el Ministerio de Hacienda del Perú completó la suma correspondiente a los diferentes pagos que hubo que hacer, incluyendo el transporte, el seguro y los derechos de aduana. Aclaremos esto último: El 21 de abril de 1945 el presidente Prado autorizó por decreto al Ministerio de Hacienda a la apertura de un crédito por la suma de 800.000 soles oro para atender la adquisición por el Gobierno peruano de la Biblioteca Justo, pero como resultó insuficiente, el 15 de junio fue ampliado en 8.900 más para gastos de embalaje y transporte dentro de la ciudad de Buenos Aires y el 25 de julio tuvo una segunda ampliación con 18.000 soles oro más para gastos de transporte de los libros de la ciudad de Buenos Aires al puerto de embarque y al pago de la prima del seguro del transporte de la Biblioteca hasta el Callao [8].
Por gastos efectuados en el despacho de los 330 cajones de libros de la Biblioteca Justo se abonaron 4.135,12 soles oro a la Agencia de Aduanas Abad Hnos. S.A. [9].
Y concluía Basadre: «En un país como el Perú, donde se ha exportado tantas veces e impunemente, riqueza cultural, hicimos con esta compra una auténtica y valiosa importación de esa misma riqueza. Obtuvimos no solo un grupo selecto de manuscritos, sino también una colección, considerada la más completa, de viajeros en América del Sur, obras fundamentales para la cultura antigua y actual de este continente, y no pocas joyas bibliográficas europeas también de distintas épocas. Aumentamos así de golpe en más de veinte mil volúmenes el contenido de nuestras estanterías. Solo en riqueza de encuadernaciones hay en este lote una cantidad de dinero considerable, así como también una garantía para el porvenir. No hubiera podido, en suma, obtener la Biblioteca Nacional otro conjunto más valioso para su restauración. Todas las preocupaciones y luchas que esta adquisición costó, bien compensadas quedan ahora. Preciso es observar, sin embargo, que, después de la amplísima publicidad concedida al incendio de la Biblioteca, fue muy escasa o nula la repercusión que este acontecimiento bibliográfico obtuvo en el país. Solo se registró en el diario “La Prensa” un artículo: el del escritor boliviano señor Gustavo Adolfo Otero». [10].
Coda
Similar pasión que por los libros, tenía el general Justo por el cultivo de rosas. La biblioteca –que fue el denodado afán de sus últimos años– constituyó, también, con su casa de la calle Federico Lacroze, sus palos de golf y un terreno en Olavarría, su único patrimonio, según lo demostró el inventario sucesorio.
* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios
Notas:
1] Domingo Buonocore se refirió a «La biblioteca del General Agustín P. Justo», en la Revista de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, núm. 6 [1949]. Con posterioridad recibió el aporte de nuevos datos que Liborio Justo le suministró por carta, que le sirvieron para ampliar el contenido del mismo y rectificar algún pequeño error de información. Por su parte, el librero Julio Suárez le facilitó una copia del inventario judicial de la biblioteca y le dio personalmente muchos detalles acerca de su origen y desarrollo. Con estos materiales, el doctor Buonocore reelaboró aquella publicación y con el mismo título la dio a conocer en la revista Universidad, núm. 57, Santa Fe, Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, 1963, pp. 261-318. Por mi parte, a ello he agregado datos provenientes de una carta de Liborio Justo publicada en el núm. 76 de la revista De Frente [Un testigo insobornable de la realidad mundial] de 22 de agosto de 1955 – publicación dirigida por John William Cooke, con 85 números publicados entre diciembre de 1953 y enero de 1956 – y de otra dirigida a Rosendo Fraga el 9 de diciembre de 1995 publicada en la revista La Avispa [año 3, núm. 16, Buenos Aires, marzo de 1996, p. 28], y las manifestaciones de Liborio en un reportaje concedido a Carolina Barros también en la misma revista,dirigida por Fraga. Liborio falleció en Buenos Aires, en su modesto departamento de la calle Moldes, en el barrio de Belgrano, el 7 de agosto de 2003, a los 101 años.
2] Jorge Basadre, La Biblioteca Nacional de Lima 1943-1945, Lima [Ediciones de la Biblioteca Nacional – III], 1945, p. 53.
3]. «Nuestro propósito era – manifestó Liborio años después – no solo que quedara en el país, sino en la finca de la calle Federico Lacroze 2154, donde ocupaba todo el segundo piso –ensanchado varias veces para darle espacio– finca que estábamos dispuestos a donar con el fin de que se formara allí, sobre la base de la de mi padre, una gran biblioteca americana».
4] Jorge Basadre, ob. cit., 1945, p. 53.
5] El contrato de compraventa respectivo fue firmado el 6 de marzo de 1945, con los herederos del General: Liborio Justo, Virginia Justo de Segura y Otilia Justo de Sánchez Terrero, abonándose por la compra la suma de 484.813 pesos nacionales, importe aproximado de la valuación judicial. El inventario ha sido parcialmente publicado como Catálogo de la Biblioteca del general Agustín J. Justo, Prólogo de Norberto José Ivaldi, Buenos Aires, Editorial Dunken, 1994, 5 volúmenes (folletos). Debido al fallecimiento del Prof. Ivaldi, solo se publicó la mitad de los fascículos proyectados.
6] Liborio Justo ha recordado la mala voluntad del gobierno de facto de entonces para todo lo que se relacionara con esta biblioteca: «Y esa hostilidad se llevó a tal punto que, ya acordados los detalles de su venta a través de miembros de la Embajada del Perú, se trató de impedir la salida de los libros, por lo que, el Encargado de Negocios, doctor Rada, puesto sobre aviso, se apresuró a trasladarlos, en numerosos cajones, a la sede de la Legación, aprovechando las ventajas de la extraterritorialidad».
7] Jorge Basadre, ob. cit., 1945, p. 53-54.
8] Perú, Memoria del Ministerio de Hacienda 1945, tomo I, Lima, s.f., Anexo 51 de p. 66-69.
9] Perú, Revista de Hacienda. Publicación trimestral del Ministerio de Hacienda y Comercio, año 1945, núm. 24, Lima, Imprenta Torres Aguirre S. A., 1945, p. 822-823.
10] Jorge Basadre, La Biblioteca Nacional de Lima 1943-1945, p. 54.