Des/armar una colección

Fondo Alfredo González Garaño. Academia Nacional de Bellas Artes. La colección de A. G. G. [1886 - 1969] encontró numerosos destinos [VER]. Su archivo personal, hoy en la Academia, permite estudiar el desarrollo de las colecciones públicas y privadas en nuestro país, e indagar en sus discursos y prácticas expositivas. 



La colección personal de Hubert de Givenchy protagonizó una de las grandes ventas de la casa de subastas Christie´s con diecinueve récords del mundo en lo referente a mobiliario antiguo. Participaron compradores de buena parte del globo. Fotografía: Gentileza Christie´s.



La venta de todo lo contenido en una vivienda ubicada en la ciudad de Buenos Aires. Aviso publicitario. Fotografía: Gentileza María Maranessi.



Thomas Cole, El arco de Nerón. Vendido por Sotheby´s Nueva York en 988000 dólares. Pertenecía al The Newark Museum of Fine Arts, de Nueva Jersey [USA], y la pandemia los obligó a tomar esta decisión. Fotografía: Gentileza Sotheby´s.



Irina Podgorny

(Quilmes, Argentina, 1963).


Historiadora de la ciencia. Doctora en Ciencias Naturales (Universidad Nacional de La Plata, Argentina). Investigadora Principal del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata. Profesora Invitada en universidades y otras instituciones nacionales e internacionales. Presidente de la Earth Science History Society (2019-2020), desde 2021 es miembro del Consejo de la History of Science Society (HSS), donde está a cargo de su comité de Reuniones y Congresos.


Autora de numerosos libros, este año publicó Florentino Ameghino y Hermanos. Empresa argentina de paleontología ilimitada (Edhasa, Buenos Aires, 2021) y Los Argentinos vienen de los peces. Ensayo de filogenia nacional (Beatriz Viterbo, 2021). Sus artículos se han publicado entre otras revistas en Osiris, Science in Context, Redes, Asclepio, Trabajos de Prehistoria, Journal of Spanish Cultural Studies, British Journal for the History of Science, Nuncius, Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, Museum History Journal, Journal of Global History, Revista Hispánica Moderna, etc.


Asidua colaboradora de la Revista Ñ, dirige la Colección "Historia de la ciencia" en la editorial Prohistoria de Rosario, donde en 2016 se publicó el Diccionario Histórico de las Ciencias de la Tierra en la Argentina, gracias a un proyecto de divulgación científica del CONICET.


Sus publicaciones pueden consultarse: AQUÍ


Por Irina Podgorny *

“No hay nada más efímero que una colección”, decía en 1983 la historiadora del arte Adalgisa Lugli, quien, nacida en Módena en 1946 y fallecida en Parma en 1995, hizo su carrera como profesora en las universidades de Boloña, Udine y Turín. 

 

Para entonces los museos no se habían puesto de moda como en la década siguiente y, a pesar de que, tras su fallecimiento, su obra se tradujo a varios idiomas, el desafío allí lanzado no fue escuchado por la historiografía que empezó a proliferar poco después.  Lugli, en su libro Naturalia et mirabilia, señalaba: «Sin duda, la colección es el medio más efímero al que se le puede adjudicar la transmisión de una idea o una imagen del mundo. La obra-colección es perecedera, la corroe una fragilidad rayana en el patetismo; está expuesta a la fragmentación, a la dispersión, al movimiento continuo que saca a los objetos de un grupo para depositarlos en otro o los aísla de manera definitiva […] Podría considerarse un lugar de la no-existencia, semejante a la orilla del mar, un espacio inasible perturbado perpetuamente por el ir y venir de las olas. En la colección, la repetición de esos movimientos altera, sin cesar, la fisonomía del conjunto, impidiéndole alcanzar esa estabilidad requerida para que, de hecho, pueda identificarse con algo. O, dicho de otra manera, si hubiera un momento ‘definitivo’ de la colección, este dura apenas un instante.»

 

De hecho, la de Lugli, se trata de una de las pocas voces que invitó a acercarse a la historia de los museos y de las colecciones desde su fragilidad. Porque en los años que siguieron, nos fueron a acostumbrando a pensar y a escribir al revés: el museo y la reunión de cosas que allí acontece se trata de algo permanente, o un ejemplo de un poder sólido, monolítico, arrollador, cruel, sanguinario, la expresión de todas las aberraciones y virtudes del pasado y del presente que nos impide un futuro de armonía y felicidad universal. La expresión del machismo blanco del cazador que junta marfil para ostentar blancura. Pero también, azabache para presumir de triste negrura. Un lugar que tiene la capacidad de invisibilizar a unos y a las otras, de colonizar y disciplinar espíritus, pueblos, sociedades enteras. En suma, un lugar horroroso que, cuando se quema o se inunda, se llora porque allí descubren que el Estado, lejos de utilizarlo para disciplinar a los ciudadanos, ni recordaba su existencia. 

 

¿Qué pasaría si, en vez de lamentarnos, nos tomáramos en serio a Lugli y miráramos al museo desde su fragilidad y la de sus colecciones? Como un arca que, contra toda ilusión, no puede llevar al futuro su cargamento porque este, antes de llegar a su destino, ya habrá cambiado en composición y significado.  O como una vidriera de otros procesos, de esos que hablan de cómo se cuela la vida, cómo se pudre la muerte y, tan callando, cómo se pierde el color.  Un espejo de nuestras arrugas, de nuestra finitud y de la de todos las que nos precedieron, hayan sido humanos, plantas o animales, edificios, instrumentos, modas y costumbres. Sin nostalgia, sin lamentar cuán verdes eran las plumas del loro embalsamado en 1974, sino como un aprendizaje hacia al futuro y con el placer y la alegría de tener los ojos aún abiertos.

 

No se crea que este tono responde a las circunstancias por la que me toca atravesar: no, es una vieja cantinela que quien me conoce, lee o me ha escuchado, sabe que repito ni bien se presenta la oportunidad. No me convencí de ello leyendo a Lugli sino haciendo historia de los museos, como las del Museo Público de Buenos Aires [VER], el cual, establecido en el marco de la disolución de las estructuras coloniales, se arma y se desarma con donaciones que entran y se pierden, con herencias que se fragmentan, con lo que nadie quiere, con esos pedazos que se separan de un todo gestado durante la vida del coleccionista que lo reunió y que cambió, creció, se achicó mientras este alimentó esa ilusión.

 

Y como me es un tema caro desde hace mucho tiempo, en estas semanas me permite pensar en lo que nos toca hacer a la muerte de unos padres que, sin definirse como coleccionistas, acumularon cosas, libros, objetos, imágenes en los espacios donde vivieron y trabajaron durante más de cinco décadas y a los que se suman las piezas llegadas de otras generaciones, cenizas de un tiempo que allí se fue encimando. Arqueología de un placard, me dijo una amiga. Porque, a fin de cuentas, cualquier espacio doméstico reúne una serie de cosas que quedan sepultadas por otras. Atrás de los manteles de la abuela -fallecida en 2006-, aparece el juego de compoteras de cerámica que quedó inconcluso y sin esmaltar en 1975. Capas y capas de objetos que caen en desuso pero que ahí están, como las colecciones de revistas La chacra, Lorenzo y Pepita, el Manual Hütte de Ingeniería, Satiricón, los Anales de la Legislación Argentina y La Ley. Un sumario de nuestras vidas en esa casa que, pronto, se desperdigará como todas las cosas de este mundo. El único. Lex dura lex.

 

* Especial para Hilario. Artes Letras Oficios


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